Miguel Rojo: «El escritor ha de reflejar la multitud con la que convivimos todos». Por Lauren García (25/08/2010).

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Miguel Rojo vive con encono y arrojo la literatura acentuándola en un acicate más de la memoria. Recientemente ha publicado La hoja del ginkgo biloba, una novela que merodea en las sucias entrañas de la historia, y El dinosaurio, el príncipe, la niña y su mamá, un cuento infantil que rezuma sueños. Miguel Rojo sabe que lectura y escritura son imprescindibles para abrillantar la libertad.

 La hoja del ginkgo biloba está ambientada en los años 60, ¿tiene el franquismo mucha historia oculta que contar?

—El franquismo, el estalinismo, las democracias, la iglesia… todos tenemos muchas cosas que ocultar, lo que, por otra parte, es fundamental para hacer literatura. Una de las funciones de la literatura que se me ocurre es la de dar luz a esas oscuridades, no sólo en los hechos históricos, sino también en el corazón humano. Si todo fuera completamente transparente, la vida sería más aburrida de lo que suele serlo. Centrándonos en La hoja del ginkgo biloba, más importante que relatar los hechos históricos de lucha y resistencia que hubo contra la dictadura franquista ( en el segundo capítulo-cuento se narra un hecho, verídico en parte, sobre la huelga de los mineros asturianos en el 63) es mostrar cómo vivía la gente sencilla, la gente que hace un país, en aquella España casposa y reprimida en la que, curiosamente, el personal se hallaba bastante satisfecho…  

¿Crecen mejor los personajes en situaciones adversas?

—Las situaciones adversas son las que de verdad dan la auténtica medida del hombre. Por eso son las más interesantes para contar y también para leer. En la confrontación, en la adversidad es donde mejor se plasman nuestras propias contradicciones. En la resolución de las mismas ganaremos o perderemos… pero nunca seremos tibios. Ya lo decía el Señor, que de literatura- pareja que se casa y tiene hijos y vive acomodadamente y son muy felicidades y comen perdices no le interesa a nadie como no sea a los propios protagonistas… y ni siquiera. Ahora sí: pon un amante por medio, un asesinato, una quiebra financiera y la situación cambia; entre otras cosas porque es más verosímil, refleja mejor la realidad. Ya se sabe: se canta cuando se llora.  

Recientemente ha publicado el cuento infantil El dinosaurio, el príncipe, la niña y su mamá, ¿ha modificado su registro de escritor para afrontarla?

—Evidentemente: no se escribe igual para tiernos infantes que para lectores amantes de la zoofilia , por decir algo. Se cambia el registro,  como se cambia de traje, pero el escritor que está debajo es siempre el mismo. Somos multitud, gritaba un endemoniado en los evangelios, y el escritor ha de reflejar esa multitud con la que en realidad convivimos todos.  

¿Es determinante la originalidad en la literatura para niños

 —Más que en la originalidad yo diría la imaginación. Los niños a veces te piden que leas el mismo cuento cientos de veces u otro que diga lo mismo. En el cuento de “El dinosaurio, el príncipe, la niña y su mamá” pretendí hacer una pequeña travesura a lo “un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos de José Agustín Goytisolo, sabiendo de antemano que este juego burlesco a los niños les iba traer al pairo. Algunos lectores —adultos y contaminados, por supuesto— ya han dicho que es un libro feminista, antimonárquico… A los niños y a mí tales consideraciones nos resbalan. 

No hace mucho ha visto la luz una antología de su obra poética, ¿exige la poesía más riesgo que cualquier otro género?

—Sin duda alguna. La poesía no admite sombras en su discurso, como ocurre con otros géneros y muy especialmente en la novela. No se puede ser sublime en las 300 páginas de una novela, sería agotador además de producir algún tipo de indigestión cerebral. Sin embargo, la poesía no es que pueda ser sublime, es que debe de serlo. Yo, que disfruto mucho escribiendo poesía, jamás me califico como “poeta”. Siento demasiado respeto por esa palabra y lo que significa en mi imaginario, quizás un tanto romántico y trasnochado … pero es así.  

¿Desdeña la teoría de que un poeta de tener por patria una sola lengua?

—¿No era al revés, que la lengua ha de tener por patria un solo poeta o que la patria ha de tener por poeta una sola lengua? No sé, a mí este tipo de sentencias tan ingeniosas me parecen muy bien pero no son más que eso: palabras ingeniosas. ¿Y esa otra que es mía y se me acaba de ocurrir? La verdadera patria del poeta es la tierra de sus versos.

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