Rafael Reig
«La literatura intenta hacernos más comprensibles
para nosotros mismos»
Por Lauren García
Camarada de aventuras de la más alta intensidad literaria, Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) no pierde la capacidad de asombrar y asombrarse. Constancia de ello deja constancia en su última novela Lo que no está escrito, que confunde con indiscutible autenticidad literatura y existencia. El libro, que se despega en medio de la intriga policíaca, es otra escala arriesgada para la trayectoria ascendente de este autor asturiano. Rafael Reig, autor de recientes libros exitosos, como Sangre a borbotones o Manual de literatura para caníbales, tiene la exigente legitimidad del que lleva como pasaporte una vida dedicada a la letra impresa.
—¿Podríamos tildar a los personajes de Lo que no está escrito de descarriados?
Algunos lo son, están en la periferia del mundo que compartimos los demás, al margen de lo que el resto conocemos como realidad. Otros, sin embargo, los que a mí me interesan más (el padre, el hijo, la madre), viven en cambio una vida dentro del carril, que en la superficie es la misma que vivimos todos, pero en cuyo fondo hay un légamo oscuro, un agujero imantado, provocado por su egoísmo, y que se irá corriendo y ensanchando como el punto de una media hasta destrozar por completo el tejido de sus existencias. Creo que cualquier lector se preguntará, como me he preguntado yo al escribir, si ese rasguño en la tela, ese fondo oscuro que no está a la vista, no se hallará presente en su interior, qué tamaño tendrá y si será o no posible remendarlo a tiempo, antes de que se lleve todo por delante.
—Se muestra la relación entre un padre y un hijo, ¿es esa relación filial muy literaria?
Sin duda, pero sólo porque la literatura siempre se ha propuesto contar la vida, y esa relación es el núcleo de casi todas las vidas. Todos somos hijos y la mayoría además somos también padres. Los padres y los hijos se enlazan con un nudo ciego, imposible de desatar; y corredizo, porque se va apretando más cuanto más intentas librarte de él. Ni somos comprendidos por nuestros padres ni somos capaces de entender a nuestros hijos, no sabemos querer sin hacer daño, no logramos sentir la realidad del amor de los demás, nos defraudamos unos a otros y siempre sentimos miedo de no merecer que nos quieran: incapaces de vivir con amor, tampoco nos resignamos a la soledad. Non tien igual, no hay remedio: así somos y la literatura intenta hacernos más comprensibles para nosotros mismos.
—¿Destila la novela esencia de barrio?
Confío en que sí, aunque tengo que reconocer que nunca he sido un chaval de barrio. He conocido barrios y a muchos chavales de barrio y eso es lo que utilizado para recrear un barrio de Madrid, La Elipa, en el que lo cierto es que casi nunca he estado. Más que una representación realista de un barrio o de la vida de barrio, con lo que yo he escrito es con la idea de barrio, con la idea de la vida de quienes nunca salen en la foto y hacia quienes nadie mira.
—Hay en la novela un juego entre la realidad y la ficción…
A fin de cuentas, toda novela es un juego entre la realidad y la ficción, ¿no? Si fuera real, dejaría de ser novela; si sólo fuera ficción, perderíamos todo interés en leerla. En ese equilibrio, en esa tensión sucede toda novela, el espacio narrativo son los intersticios entre lo real y lo ficticio, es ahí donde es posible, como quería Marianne Moore, construir un estanque artificial en cuyo interior haya sapos de verdad. Eso es la novela: una ficción que acaba tratando de la propia vida de quien la lee.
» Todo escritor es comprometido,
lo sepa o no, lo quiera o no.
—¿Es Madrid el escenario idóneo para una novela de acción?
Para mí, sí, porque yo hice el bachillerato en Madrid. Todas las cosas que tienen primera vez, a mí me pasaron por primera vez en Madrid. El Madrid en el que suceden mis novelas no existe, es el Madrid de mis quince, veinte años, pero tal y como lo reconstruyo ahora: una ciudad imaginaria y con un solo habitante, que soy yo. Podría escribir sobre Arizona o sobre Cangas de Onís y seguiría siendo el mismo sitio. En cuanto a la acción, la que a mí me interesa es interior: el miedo, el propósito oculto, la sospecha. La peripecia es sólo el instrumento para desencadenar esa acción interior y la peripecia puede suceder en cualquier sitio. No me considero un escritor muy costumbrista, sobre todo en esta novela, en la que el escenario se podría cambiar a cualquier ciudad que tenga una montaña más o menos cerca, da igual que sea Oviedo, Bogotá o Viena.
—Da clases de escritura en la escuela Hotel Kafka, ¿cuánto hay de mecánica y de creatividad a la hora de enseñar a escribir?
Mis clases suelen ser de lectura, porque creo que, si uno lee bien, aprende a escribir. Lo que hacemos en clase con una novela se parece a lo que hacen los niños con los juguetes: la desmontamos por completo, le sacamos las tripas, miramos todas las piezas, intentamos comprender la maquinaria interna y cómo ha sido construida. Luego la montamos otra vez y, aunque en ocasiones nos sobre alguna pieza, hasta ahora siempre hemos logrado volver a ponerla en marcha. Leer es en mi opinión un acto creativo. Hay mucha creatividad en la lectura como en la escritura, pero la creatividad no se sujeta en el aire: el suelo es lo que tú llamas mecánica y yo prefiero llamar técnica. Ambas se complementan: cuanto más sólida es tu competencia técnica y tu experiencia como lector o escritor, más tierra firme tendrá tu creatividad y por tanto m&aa
cute;s fuerza y más capacidad de crecimiento.
cute;s fuerza y más capacidad de crecimiento.
—¿Ha de prodigarse mucho un escritor en prensa?
Lo que tiene que hacer un escritor es escribir. Lo demás son pamplinas. Dicho esto, además de escribir, personalmente procuro acercarme a los lectores, en la prensa, pero también a través de mi blog o de las redes sociales. Esto ni quita ni pone nada a lo que escribas, es una decisión personal. En mi caso, procuro ser cordial y asequible, porque sólo me considero escritor cuando estoy sentado delante de la máquina. En cuanto dejo de teclear y me levanto, ya no soy escritor, sino padre de familia, peatón, buen amigo, parroquiano de ciertos bares o, por qué no, un caballero amable que atiende a la prensa.
—¿Existe el escritor comprometido o ese compromiso es inherente a su trabajo?
Todo escritor es comprometido, lo sepa o no, lo quiera o no. Philip Roth es un escritor comprometido a favor del patriotismo norteamericano y los valores tradicionales, igual que Johathan Franzen. Pérez-Reverte está comprometido con el credo legionario, por ejemplo. Belén Gopegui en cambio es una escritora comprometida con la lucha revolucionaria y la transformación social. Si uno no elige su compromiso, se lo elige el sistema y sin darse cuenta se compromete con la ideología dominante, como si fuera transparente o no fuera ideología.