Tito Montero: un ajuste de cuentas. Por Javier Lasheras. 20/03/2012

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Tito Montero: un ajuste de cuentas.

No parece que una cafetería cualquiera del centro de Oviedo sea el lugar más propicio para hablar de una apuesta tan singular, pero Tito Montero (Oviedo, 1978), con su elegante vehemencia, nos muestra que en todos los sitios hay siempre un espacio para que la cultura se expanda. Toma un café que sorbe con parsimonia, una gasolina que estimula sus respuestas generosas y expresivas. El rostro alegre de este periodista cultural, sin trampantojos, acompaña convencido las palabras acerca de su primera novela. Una obra que también es un proyecto cultural atrevido, del que se seguirá hablando y que puede verse en www.10corsarios.blogspot.com.  

¿Qué tal ha ido la gira de literatura en estado puro?
¡Ha sido la leche! A todos nos ha sabido a poco. Cuando planteas una apuesta arriesgada, siempre tienes miedo a estar equivocándote. Si no se hace algo así habitualmente, llegas a pensar, igual es porque a los potenciales lectores no les importa lo más mínimo. Por suerte, estoy en condiciones de afirmar que al público le interesa. Y mucho. Hemos presentado la novela en bares de Oviedo, Gijón, Avilés, La Felguera y Mieres. La afluencia mínima de público ha sido de unas 60 personas. Es más, en la cuenca del Nalón incluso tuvimos que competir con el Barça-Sporting y, pese a ello, el bar se llenó.
Obviamente, el mérito es de Alfredo González -con Nacho Vegas, el mejor letrista de Asturias a mi juicio-, del humor de David Rionda y de la voz de Bárbara Munárriz, que leía los textos de la novela que iban salpimentando el espectáculo. Quise contacto directo con el público para presentar «10 Corsarios» y es lo que he tenido. Estoy encantado y con ganas de más, una posibilidad que, en vista de cómo ha ido todo, podría convertirse en una realidad.
 
«La novela habla sobre qué es capaz de hacer
una persona por conseguir sus objetivos».
 
Salamanca es de puta madre…
Hay que vivirla para entender su embrujo que, por cierto, puede llevar fácilmente a la perdición. Si encandiló a Espronceda hace tanto tiempo será por algo. Yo estudié la carrera en la capital charra y es un escenario que conozco demasiado bien. Le debía algo a la ciudad y ella también a mí. No será la última vez que la utilice para situar la acción de un texto. Seguro.
 
Debido a su profesión usted está muy cerca de realidades muy distintas y, además, una de las protagonistas de su novela, Ana Martos, también es periodista. ¿Cabe preguntarle a cuánto está el kilo de falta de escrúpulo?
Pues debe de venderse barato, barato, porque en esta profesión cada vez parece que hay menos. En la televisión, voy a centrarme en el medio con más repercusión popular, se ha establecido desde hace demasiado tiempo el criterio del «todo vale si genera buenos índices de audiencia». Una sociedad que mira hacia el otro lado ante eso, puede que tenga los medios que se merece, aunque los profesionales que trabajamos en ellos podemos mejorarlos con nuestro trabajo diario.
Yo vivo más feliz introduciendo criterios éticos en las cosas que hago. No vale mirar siempre hacia otro lado, hay que dejar de criticar y actuar. Eso es aplicable a todas las facetas de la vida y de la sociedad. No todo vale si genera audiencia, no todo vale aunque produzca beneficios. Debemos educar ciudadanos críticos, pero constructivos. Nos tragamos demasiadas cosas sin cuestionarlas.
 
En 10 corsarios, aparecen un editor, un agente literario, un lector, un crítico y varios autores muertos. ¿Da miedo ponerse a escribir?
Si. Hay que tenerlos como el caballo de Espartero (los cojones o los ovarios) para intentar meter la cabeza en el mercado editorial. Cuanto más conozco, menos me gusta. Me refiero a la industria, no a su fuerza de trabajo: los creadores. La novela habla de lo que puede llegar a ser capaz de hacer una persona por conseguir sus objetivos.
¿Cuántas cabezas seríamos capaces de pisar por triunfar? Y no hablo de económicamente, cada persona tiene sus oscuros anhelos y no tienen que ser precisamente monetarios.
 
«Yo vivo más feliz introduciendo
criterios éticos en las cosas que hago». 
 
Qué es necesario para ser un corsario comme il faut. 
Imagino que tener una patente de corso. Y en esta sociedad en la que vivimos hay muchas más de las que hubo hasta el siglo XIX. Es más, no solemos necesitar un documento firmado por un superior colocado en su trono por la gracia de Dios para atacarnos unos a otros con total impunidad. Debe de significar que pensamos que es lo normal. Así nos va
 
Ceroalaizquierda, telavachupartuputamadre, belenestabaniana,… cuéntenos a qué se deben estas palabras unidas y tan rápidas.
Licencias literarias, supongo. Conceptos que me gustaría poder explicar con una única palabra que no encuentro. Diseccionando el origen mismo de la cuestión lingüística, así nacen las palabra, ¿no? Hay que tener en cuenta que algo belenestebiano es muy difícil de explicar en un sólo vocablo, al menos de los que yo conozco. Todos se me quedaban cortos… (risas). Y, no obstante, resulta fácil de comprender a qué me refiero. No deja de ser un juego que me resulta divertido. Sé que hay lectores que no lo aprobarán, me consta; también me consta el extremo contrario. Salió así, me gustó y así se quedó.
 
El inspector jefe Millán, el inspector Luis Sirgo, la subinspectora Rosa Castro, ¿representan el bien, el mal o ni blanco ni negro y solamente son grises?
Depende del momento. Si, no y todo lo contrario. Van mutando a medida que se desarrolla la historia. Puede que esos arquetipos sean reales cuando los conocemos al comienzo de la novela; pero se comportan de diferente manera dependiendo de la situación a la que se enfrenten. He intentado que sean personas reales y los seres humanos, al menos con los que yo me relaciono, somos así. Son, somos, muy grises; pero capaces de brillar hasta deslumbrar o volvernos terriblemente oscuros.
 
Su novela, negra y literaria, suena a ajuste de cuentas.
Sin duda lo es. Es un ajuste de cuentas con muchas cosas que no me gustan de mi mismo y de la sociedad en la que me ha tocado vivir.
 
«Hay que tenerlos como el caballo de Espartero
para meter la cabeza en el mercado editorial».
 
Y a quién mataría usted ¿al autor, al editor, al agente, al crítico, al librero…?
Nunca mataría al autor antes de que cree su obra y nunca mataría al público al que va dirigida esa obra antes de que disfrute de ella. Cuando vi en youtube la conferencia de Hernan Casciari «Cómo matar al intermediario», me emocioné tanto como lo hizo su auditorio el día que la pronunció. Y lo hice a una gran distancia espacio-temporal. Con algo así H.G. Wells hubiese generado oro puro. La base de la comunicación es que un emisor genere un mensaje que le llegue a un receptor. Todo lo que ayude -pero de verdad- a que eso sea así me parece perfecto, incluso venerable. Todo lo que lo impida SOBRA.
En realidad, el problema es un sistema obsoleto y viciado enfocado, en la gran mayoría de los casos, a generar dinero. La cultura debe ser mucho más que algo rentable y ese ‘mucho más’ es lo importante, lo vital, es lo que le da sentido a todo. La labor de muchos editores –que descubren nuevos talentos que, de no ser por su trabajo, permanecerían ocultos-, muchos libreros –que asesoran fielmente al lector- y otros ‘agentes’ implicados en la industria del libro puede ser muy beneficiosa. Lo será siempre tengan claro que su objetivo último es que su labor, más allá de ganarse la vida dignamente, es hacer llegar las creaciones de unos –los autores- a las vidas de las otros -los lectores-. Igual hasta la sociedad gana algo más que dinero en el proceso. Por pedir, que no quede.
 
De los autores actuales en lengua española, ¿a quiénes recomendaría para empezar y a quiénes para ir terminando?
Lo primero de todo, decir que tengo una memoria de mil demonios. Horrible. Salamanca…
Siempre he tenido una especial debilidad por Vargas Llosa, pero me gusta recomendar a Pedro Juan Gutiérrez, su humor y su furioso realismo sucio. Podría seguir por Rafael Reig, por Menéndez Salmón, Alberto Olmos o Jon Bilbao. Y terminar por un tipo que siempre me alucina Vila-Matas y, por supuesto, Antonio Orejudo, tiene tres novelas espectaculares. Hay una que no me gustó, aunque también está escrita brillantemente. A Orejudo si que lo mataría si pudiese absorber sus poderes, mira.
 
Su novela también exuda cine por un tubo…
Es lo que me sale por los poros. Crecí leyendo novelas, pero también cómics y viendo mucho cine y mucha televisión. Mis referentes no pueden ser los mismos que los de alguien que imaginase una historia hace 50, 100 ó 200 años; por mucho que me gusten sus textos. Pienso en imágenes, como cualquiera que imagine; pero, en gran parte de los casos, pienso en imágenes generadas por otros. No tengo que imaginar San Tirso de Abres, Nueva York o Marte; ya los he visto. Eso, desde mi punto de vista, amplió hace tiempo las reglas del juego literario. En este caso exuda cine, en otro podrá exudar internet o qué se yo. Lo que no creo que vaya a exudar nunca son únicamente referentes literarios.
 
Y qué le recomendaría a un recién llegado para publicar una novela.
No estoy en posición de darle consejos a nadie. No obstante y por si le sirve de algo, le diría que intente ser objetivo con lo que hace que, obviamente, no le va a gustar a todo el mundo. El orgullo es mal consejero para hacer viables los proyectos. Si tras recibir y digerir el aluvión de respuestas negativas hacia lo que escribe, sigue creyendo con cierta objetividad en su creación, toca demostrar que realmente es una persona imaginativa y buscarse la vida para sobrevivir de una manera independiente. La industria le engullirá, le masticará y le escupirá sin remilgos, pero se lo pasará en grande durante el viaje. En esas estamos… 
 

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