La poesía de Vicente Gallego es evocadora como una puesta del sol sobre el mar: contagia la incorruptible alegría de vivir. Recientemente este poeta valenciano ha publicado Mundo dentro del claro (Tusquets), un poemario en el que concede a la vida la posibilidad de eliminar las incisivas tinieblas. Autor de ineludible referencia en la poesía española más reciente y premiado gracias a libros como La luz, de otra manera, Santa deriva o Si temierais morir, con Mundo dentro del claro Vicente Gallego se congracia con el canto para alcanzar el dulce veneno de lo sagrado.
—¿Muestra su último libro la incertidumbre de estar vivo?
Sí y no. Sí, porque lleva esa incertidumbre a su consecuencia radical, que es la inexistencia de nuestras personas, puesto que la muerte significa el olvido absoluto de ellas con carácter retroactivo; no, porque, a partir de esa comprensión -que supone la paz y la dicha definitivas, el despertar o renacer a lo Real-, el libro canta el hecho absoluto de la Vida, la realidad ilimitada de la conciencia, que carece de forma y atributos y que es el fundamento desnudo sobre el que urdimos nuestras identidades pensadas. Sólo nace y muere -y además a cada paso- lo que nunca tuvo vida, nuestra identidad fabulada: "Soy así y así". Pero ni nace ni muere el Ser, es decir, el puro conocimiento en que se manifiesta todo lo conocido. Ese el es claro en que el mundo amanece a su realidad intemporal como expresión siempre presente del contenido de la conciencia cósmica. Lo que hace incierta la vida es creer que nos pertenece de manera personal, cuando la persona no es más que una manifestación de la Vida en el presente absoluto, ya que nada ocurre, aunque parezca lo contrario, más que aquí y ahora. Todas estas palabras y conceptos se hacen pura práctica de vida cuando la humildad, el reconocer nuestra nada última como individuos, nos toma el ser y la palabra. El que de veras admite que él ya no será mañana, tampoco cree ser hoy, y entonces la certidumbre, la alegría sin objeto se hace dueña de esa plaza felizmente vacante.
—Como en sus más recientes poemarios apuesta por una celebración de los sentidos…
Los sentidos son el órgano perceptor de la maravilla cuando no les atribuimos, en connivencia con la razón aprendida, la capacidad del conocimiento verdadero, cuya llave sólo tiene el corazón humano, el fondo del alma, que es donde se asienta el Intelecto cósmico. El budismo ha llamado prajñá a esta capacidad intuitiva que, sin pertenecer a la persona, está siempre presente en el hombre esperando ser despertada. Nuestra tradición habla del espíritu, el único capaz de conocer lo inmediato desde la propia inmediatez. No hace falta renunciar a los sentidos para que se nos revele la realidad que está más allá de su dominio, basta con reconocer su incapacidad para descubrirla, porque eso nos lleva a la introspección de manera natural y obligatoria. Ahora bien, cuando accedemos a la vivencia interior de la unidad de conciencia, los sentidos renacen con nosotros a un mundo renovado, y entonces es cuando no se cansan de ver, de tocar, de oler, de gustar, de oír la infinita verdad de la Belleza.
—¿Está muy marcado por la esencia mediterránea?
No sé muy bien cómo acotar un término tan amplio de connotaciones. Lo que sí puedo asegurar es que amo mi tierra, que nací al lado mismo del mediterráneo, y que luego he tenido la satisfacción de vivir los montes austeros y cristalinos que otean esa lámina azul. Rodeada de tanta claridad, inmersa en ella, mi poesía toma la palabra y se la encuentra dada en canto de gratitud y clarividencia.
—Hay dos poemas dedicados a la figura de Miguel Ángel Velasco, una pérdida notable para la poesía española…
No podré aquí, ni en ninguna otra parte, dar cuenta de lo que Miguel significó en mi vida. Hay verdades del corazón que las palabras no llegan más que a sugerir. Llegó en el momento justo y me abrió las puertas cuya llave había puesto en sus manos el destino, el gran maestro, puertas que conducían siempre un poco más hondo en mi inquirir, en mi pregunta radical sobre el sentido de la vida. En cuanto al poeta, para mi una de las voces más verdaderas de nuestro tiempo, estoy convencido de que nunca dejará de crecer en el alma de sus lectores. Me permito recomendar la lectura de sus tres libros póstumos, que verán la luz en un solo volumen en la editorial Tusquets este mismo año, quizá antes de verano. Miguel vivió por y para la poesía, y ella le reconoció con larga generosidad esa entrega enamorada.
—¿Es más que significativo el magisterio de Francisco Brines para los poetas valencianos?
Eso no sería más que reducir el alcance de su palabra, que surge en el seno de la mejor tradición castellana y se dirige, por tanto, a un público mucho más amplio, el cual la ha recibido con gratitud y aprovechamiento, pues es innegable, para cualquier lector de poesía, la creciente influencia que su obra ha ejercido, de una u otra manera, con más o menos intensidad, en la escritura de los poetas españoles. No he conocido a un poeta más auténtico, auténtico en el sentido de que Paco sólo escribe cuando lo obliga la poesía, casi cuando lo coge por el cuello y lo sienta a escucharla. Jamás se ha empeñado en buscar las palabras, y por eso, me parece, las palabras verdaderas se han empeñado en encontrarlo tantas veces.
—¿Puede cobrar la poesía la importancia social de antaño en estos días de desastre?
Cualquier importancia social que adquiera la poesía será siempre secundaria con respecto al trabajo que realiza en la conciencia y en la sensibilidad de cada uno de sus lectores. En ese terreno, la poesía está siempre de moda y se impone como una gozosa necesidad del espíritu humano. "La poesía es escuela de tolerancia", ha dicho muchas veces Francisco Brines con la lucidez del sabio, pero es además invitación a investigar en lo esencial, y escarmiento de vanidosos, pues el poeta no escribe como quiere, sino como se lo permite en cada momento la poesía. Por otra parte, todo lo que adquiere importancia social se acaba banalizando. Si hacemos con la poesía lo que ha hecho con la novela el fenómeno del best seller, prefiero que se quede en las catacumbas. ¿No le fue allí mejor a la palabra verdadera de Jesús que cuando la Iglesia se empeñó en institucionalizar su significado e imponerl
a por las bravas? Siempre es en lo solo y escondido donde se nos desvela lo más auténtico y asombroso de la experiencia humana.