La Internet, la red, la web o como queramos llamar a esta maravillosa perdición borgiana ya ha deparado sorpresas para todos los gustos y en todos los campos del conocimiento y la creación. De la música a las matemáticas, de la técnica a la poesía, del cine a la comunicación, de la privacidad al escándalo, pasando por la industria, los hedge founds o el estilo neopaje de Frau Merkel. Nada es invisible a este prodigio que, según los entendidos, no ha hecho más que empezar su aventura. En esta senda, Luna de Abajo, ese proyecto que ahora comandan Helios Pandiella y Ricardo Labra y que encuentra sus raíces junto a Noelí Puente, Miguel Munárriz y el recordado Alberto Vega, vuelve para entregarnos un regalo titulado Vientana y que ustedes pueden disfrutar completamente gratis pulsando aquí.
Si bien el concepto no es nuevo —una sucesión de 355 instantáneas tomadas desde la ventana del estudio de trabajo de Pandiellayocio por el diseñador Helios Pandiella durante casi un año entero, casi siempre a la misma hora y que inmortaliza la calle, sus personajes y el propio transcurrir del tiempo—, sí lo es la interpretación que el escritor Ricardo Labra hace de cada una de las fotografías. Y también puede ser nueva la forma de mirar y de leer este libro, por supuesto dependiendo de la experiencia de cada lector y de cada «mirón».
Sea como fuere, podemos obviar el texto a pie de página y dejarnos seducir por el ojo que se sitúa detrás del objetivo de la cámara o bien degustar la alquimia de la imagen junto al texto. La primera nos ayudará a sugerir nuestro presente, a observar matices y diferencias como si se tratase de un juego o a constatar una vez más que, tal y como escribe el propio Ricardo Labra «El hombre que se mira en el espejo de esta calle, [es] el reflejo de los demás». Por supuesto, será difícil obviar la comparación de nuestros días presentes con cualquier día de un tiempo pasado que tal vez sea muy similar al de las fotografías. Quién sabe, al fin y al cabo, en cualquier ficción que se precie el túnel del tiempo es una realidad, y una posibilidad, para la lógica y el sentido de las cosas. No así para la propia realidad, que carece u oculta a la perfección sus leyes y azares, como desgraciadamente ya sabemos de sobra.
Y una segunda lectura, la que aúna imagen y texto, nos proporcionará placeres y sorpresas insospechados. A cada vuelta de hoja, en cada esquina, en cada lámina de luz o en cada sombra de la muchedumbre dominical, el lector se encontrará con un texto que va goteando sugerencias al alma o al intelecto. Y así, página a página e irremisiblemente, se sentirá atraído por un discurso que va desde la elocuencia epigramática hasta la emoción de cada uno de los seres animados e inanimados que pululan por esa calle/avenida de los ojos del narrador, el que está detrás del objetivo, tras la ventana y, al fin, frente a la hoja que ahora lee. Porque el hombre que se mira, el fotógrafo/observador, también acaba siendo observado y fotografiado con la ayuda de los textos de Ricardo Labra. Es cierto, sutilmente y de reojo, como debe suceder para que el fotógrafo/observador continúe mirando por ese visor ahora convertido en ese numen necesario para interpretar «las cosas que pasan en la calle».
No está de más advertir que el libro convierte a los paseantes, a los caminantes y a los ciudadanos en una galaxia de inquietudes o en símbolos inquietantes que hablan de sus obsesiones, muchas de ellas ya visitadas y escritas por Ricardo Labra tanto en su obra poética como narrativa. Ahora, como cierta novedad, cabe añadir ese bestiario que ha convertido a coches, camiones y furgonetas en animales de diversa utilidad e índole. Y pasa también por esa calle —que es al tiempo objeto de deseo y palanca de imaginación (la calle como pretexto, monólogo y diálogo permanente)—, todo ese juego cortazariano, ese «hombre que contempla la calle. El hombre que contempla al hombre que contempla la calle. El puzle de cada día».
Vientana es un libro poliédrico en su interpretación, lleno de ríos, pasos subterráneos, trayectorias, direcciones y recorridos que, al igual que el hombre, tal vez carezcan de sentido. Es un ojo impregnado de referencias literarias, filosóficas y mitológicas. Y es también un aliento que anima al viaje desde el sillón, frente a la pantalla del ordenador o de la tableta, para ver y leer de un tirón y quedarse con esas burbujas efervescentes que misteriosas o melancólicas nos evocan la privacidad de un tiempo sólo en apariencia detenido.
Javier Lasheras es escritor.