A la sombra de la Puerta del Sol
Decía mi abuela que nunca llovió que no escampara, y si por el medio anda la Puerta del Sol, pues, nada, también puede celebrarse el cielo despejado con uvas de carillón y hasta esperar por los Reyes Magos en pleno final de la primavera. La primavera tiene estas cosas, que igual reparte flores, que se echa a la calle en Praga para detener tanques rusos o se dispone a buscar playas bajo los adoquines de París. Acontecimientos históricos que nos remontan a mayo del 68. La primavera, la sangre altera. Y el amor se manifiesta de las formas más imprevistas, que no todo han de ser las flechas de Cupido. Aunque asimismo doy por supuesto que entre los concentrados de las plazas de España que han mostrado en este 2011 su amorosa idignación, tampoco faltarán los besos a la sombra de las tiendas de campaña, entre frituras de camping gas y debates a fuego lento acerca del presente y el futuro del mundo, antes de que corramos el albur de ser condenados a la pira que reduce la vida a ceniza, paro laboral o reinvención del feudalismo.
Corría la leyenda de que en aquel París del 68, habíamos estado ciento y la madre, una multitud ingente que no hubiera cabido ni en un continente. Había un cierto gusto mitómano por afirmar que cada uno de nosotros había asistido a la rebelión de colores que ocupó los Campos Elíseos. Una fantasía dudosa, pues aquel año la mayoría de los españoles estuvimos mucho más pendientes del triunfo eurovisivo de Massiel en Londres. No digo que fuera incompatible, pero al menos se antoja raro. Bien que aquí no desconociéramos otros fragores, digamos las huelgas mineras de principios de la década, terriblemente reprimidas por la dictadura.
En esta ocasión, que afortunadamente ya nos encuentra situados por los meridianos de los países democráticos, el español medio ya no ha de mirar hacia los campus universitarios norteamericanos o franceses para manejar la brújula. Nuestros jóvenes de hogaño habitan diferentes circunstancias y se advierte una madurez de la que carecían generaciones anteriores, todavía presas de la canción del verano y Semanas Santas cerradas a cal y canto, cuando las monedas de curso corriente con la efigie del Generalísimo eran acuñadas por la gracia de Dios. Hay una nueva atmósfera. Y es el mundo quien se ha quedado mirando lo que ha sucedido en las calles madrileñas, por otra parte venial y pacífico, salvo acaso para aquellos que convierten cualquier movimiento espontáneo y heterodoxo en piedra de escándalo.
Es la venialidad, precisamente, el anclaje menos seguro de estas asambleas a la intemperie. Entiéndase, la carencia de un formulario que -atendiendo a la flexibilidad de grupos sin duda plurales- indicara cuál es el horizonte. Sin una carta de navegación, lo probable es el extravío, si no el naufragio.
En realidad, la simpatía que ha despertado esta corriente juvenil entre la población menos suspicaz, obedece al propio malestar que la sociedad alberga en su seno desde que se nos han ido cayendo los paradigmas racionales del humanismo, sustituidos por los maremotos del mercado. Sería preciso que tras la justa indignación expresada, ocupara lugar preferente una filosofía política realista que no cediera ni a las utopías que sólo se cumplen en los sueños celestiales -a veces, trayendo el infierno-, ni al cinismo del tanto tienes, tanto vales, que canta Luis Eduardo Aute.
Una filosofía en la que cupieran las ideas y la poesía, dos formas de reflexión complementarias.
Sea como fuere, digámoslo como aviso para navegantes, esta vez no hay ningún impedimento que obstaculice nuestra presencia al lado de un proyecto social emergente. No vaya a ser que mañana contemos a nuestros nietos que estábamos en la Puerta del Sol, o en la Plaza Mayor de Gijón, o en La Escandalera ovetense. Y la verdad delatara que nos quedamos en el andén, o sea, en aquel estribillo tan insustancial. La, la, la, la.
Alberto Piquero es periodista. Ganador del Premio de la Crítica de Asturias de Columnismo Literario.