(Aquel) Abril. Por Rafael Suárez Plácido. 22/04/2009

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En abril ya han florecido lilas en el jardín, junto a la ventana que da al monte San Ginés. En abril ya han florecido las lilas como cada año, como hace ochenta años predijo Thomas S. Elliot en los enigmáticos versos de su Tierra devastada. Abril sigue siendo el mes más cruel. Ya me lo avisó hace unas semanas una amiga con palabras parecidas. Estos días leo novelas de un autor japonés, Haruki Murakami. Me ha gustado especialmente Tokio blues, editada por Tusquets. Murakami también parece estar de acuerdo, “Sin duda, abril es el peor mes para estar solo. En abril, a mi alrededor todo el mundo parecía estar feliz.” Un día soleado, en el que todos parecíamos felices, alguien me decía que los personajes que aparecen en este libro eran personajes descolocados que vivían amores muy peculiares. Así es, efectivamente. Y además no parece que hagan nada para evitar las pequeñas catástrofes que se les avecinan. Pero lo que más me llamó la atención de ese comentario es que yo me había visto reflejado en ese libro. Me parecía que sus personajes, especialmente el protagonista, Watanabe, actuaban de la manera que yo vengo haciéndolo en los últimos años. Quizás entonces yo sea un personaje descolocado con amores peculiares. Y se me viene a la cabeza aquella frase que oí a mi maestro Gonzalo Torrente Ballester, “Pero mire usted, caballero. Es que a mí en el fondo solo me interesan los personajes descolocados.”

Abril, los primeros días de sol. La Semana de Cine de Aracena. Este año la llaman “La otra orilla”, como aquella película de Juan Sebastián Bollaín en la que participé y en la que conocí a su sobrina, la niña que ya me había emocionado tanto en El Sur, siempre el sur, Iciar Bollaín. Me pareció muy buena la película que culmina la trilogía sobre el azar y la muerte de Alejandro G. Iñárritu, Babel: una película donde los personajes también son arrastrados a situaciones que momentos antes nunca habrían esperado. Pero ellos no hacen como los personajes de Murakami, porque ellos sí luchan para cambiar sus destinos. Algunos son recompensados, y otros no: como en la vida. Babel es una amalgama de razas y lenguas, símbolo de este mundo globalizado que nos ha tocado vivir. Es curioso constatar lo solos, lo indefensos que estamos en México, o en Japón, o en los Estados Unidos, o en Marruecos, en el sur, en el Ártico. Con cuántas ganas volví a ver Los amantes del Círculo Polar, una de las mejores obras de Julio Medem, en mi opinión el mejor director español en activo del momento. Y cuando digo “en activo”, pienso en El Sur, en Víctor Erice, de nuevo. Una película donde no sobra ni una palabra, ni un gesto, ni una imagen. La volví a ver después de una conversación con un compañero, una de esas conversaciones soleadas que también se dan en abril, en las que ambos se escuchan con placer, como también ocurre en las películas de nuestro amado Rohmer. La volví a ver y me dejé llevar por ese mundo caótico que el azar va transformando en momentos de belleza. La historia de Otto y Ana. Fantásticos Fele Martínez y Najwa Nimri. Fantástico también, como siempre, Nancho Novo en el papel de ese padre inverosímil de un hijo rebelde y atormentado, que no conoce más leyes que el amor a dos mujeres, su madre y Ana, y a los sagrados lugares que lo vinculan a ambas. Ya saben, a estas alturas ya lo saben, que para mí también son importantes los lugares. Y sus ojos tan negros y tan tristes, pero tan hermosos. Y las lilas junto a la ventana. Repaso el libro de Murakami. Me encanta el personaje de Midori al que reconozco a mi lado y me encuentro con algo que también ya sabía, aunque contradiga a Eliot: “Cuando terminó abril llegó el mes de mayo; mayo fue mucho peor que abril. En mayo, en plena primavera, ya no pude evitar sentir cómo se estremecía y temblaba mi corazón.” Yo, al final, siempre vuelvo al sur y, al final, siempre, a sus tristes ojos tan negros.

 

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