Marsé por fin ha concitado unanimidad y ha sido galardonado con el premio Cervantes 2008. Eran muchos los que esperaban la designación de este catalán como merecedor del premio más valorado de las letras hispanas.
Marsé forma parte de ese grupo de catalanes olvidados que se quedó en casa cuando la expedición catalana partió a Frankfurt en 2007 con voluntades más políticas que literarias. Pero como ni él quiere hacer sangre de las lenguas, ni yo quiero gastar esfuerzos en terreno estéril y sobradamente comentado, prefiero hablar del autor.
Desde un punto de vista literario nada tengo que añadir a lo ya dicho, me falta erudición para hacer un análisis de su obra y en cualquier caso poco podría aportar a los ensayos y estudios que sus trabajos han generado. Por lo tanto me referiré a lo largo de estas líneas a mi experiencia personal con el autor, a mis encuentros con Juan Marsé.
La primera vez que hablé con él fue en la Casa del Llibre de Barcelona, Enrique Turpín presentaba un encomiable trabajo bajo el sello de la editorial Espasa (Colección Austral) titulado “Cuentos completos”. Una obra en la que Turpín recopilaba la narrativa breve publicada por Marsé en numerosas publicaciones dispersas con las que había colaborado. Llegué a la presentación con tiempo suficiente, igual que el autor, que apareció acompañado de un par de amigos. Se entretuvieron tomando algo en la cafetería de la planta baja y aproveché para acercarme y solicitarle la dedicatoria del libro, evitando así las aglomeraciones posteriores a la presentación.
En honor a la verdad, pocas aglomeraciones me ahorré, no seríamos más de una treintena los que nos congregábamos en la librería para escucharlo. Una presentación entrañable en la que entre otras cosas, Marsé habló de la gestación de una de las historias más divertidas que integran esa colección de cuentos, la del Teniente Bravo.
Pocos días después viajé a Toronto por temas de trabajo y me lleve los “Cuentos completos” de compañero de viaje. Fue al volver a casa, en el mismo momento de deshacer el equipaje, cuando me di cuenta de que el libro había desaparecido. La cosa no habría tenido mayor trascendencia de no ser porque era el ejemplar que Marsé me había dedicado.
Recordaba haberlo estado leyendo en el viaje de vuelta, pero había tomado dos aviones y no tenía certeza de en cual de ellos podía haber quedado abandonado el libro. Llamé a Air Canadá y después a British Airways, y en ninguna de las compañías con las que había volado tenían constancia de que el personal de mantenimiento hubiese encontrado el libro extraviado de un autor español llamado Juan Marsé. No tuve más remedio que dar el libro por perdido, pero no me resigne a la compra de un nuevo ejemplar. Contacté con la editorial Espasa, y aunque me aclararon que no era algo habitual, accedieron a facilitarme la dirección postal de Marsé para escribirle, contándole el “problema”.
A los pocos días, mientras comía en un restaurante de la Rambla de Cataluña, recibía la inesperada y atenta llamada del autor invitándome a pasar por su domicilio para volver a dedicarme aquellos “Cuentos completos” evaporados en un vuelo intercontinental.
Marsé me atendió en su casa, enfundado en un impecable batín y acompañado por un hermoso perro labrador que en ningún momento se separó de nosotros. En el recibidor de la casa le conté las vueltas que había dado el libro y la pena que había sentido al perderlo; algo parecido me dijo que le había pasado a él con el ejemplar de otro autor a quien tenía en mucha estima. En la primera página del libro, a continuación de la cubierta de unos “Cuentos completos” que improbablemente volverán a Canadá, Marsé escribió “Para José Luis, este libro reencontrado (aunque no es el mismo) con el afecto de su amigo Juan Marsé”.
El segundo encuentro tuvo lugar en la cafetería del hotel Regina de Barcelona, donde por entonces celebrábamos los encuentros de la Tertulia Literaria Jacarandá. Tras las primeras tres o cuatro reuniones mensuales tuve la sensación de que la tertulia moriría inexcusablemente de tedio, como tantas otras que agonizan ante la falta de estímulo a que conducen los primeros encuentros. Una forma de darle sentido a las reuniones sabatinas era acercar a nosotros la voz de autores reconocidos, conocer su obra, sus motivaciones, en resumen, comprender mejor los cómos y porqués de la creación literaria.
Habría pasado un año y medio desde mi primer encuentro con Marsé y se me ocurrió que podía ser fantástico que él inaugurase la nueva formula propuesta de acercamiento a los autores. Tras una carta de invitación y una llamada telefónica, Juan Marsé aceptó acompañarnos aquel sábado del mes de diciembre. Preguntó cuantos éramos, unos ocho o diez, le contestamos.
Poco antes de esas fechas, a inicios de noviembre había tenido lugar en Barcelona el ‘I Simposio Internacional Juan Marsé’ y como más tarde él mismo nos contó, empezaba a estar un poco cansado de hablar de si mismo. Otra circunstancia de aquellas fechas, fue que el mes de noviembre de aquel año 2003, Gonzalo Rojas recibía el premio Cervantes, un premio en el que destacaban como candidatos Mario Benedetti y el propio Marsé.
Tocadas ya las cinco de la tarde del 13 de diciembre, hora de inicio de la tertulia a la que supuestamente acudiría Marsé, el autor no había dado señales de vida. Congregados alrededor de una mesa en la cafetería del Hotel Regina de Barcelona, los seis integrantes de la tertulia que aquel día nos reuníamos, anhelábamos impacientes la llegada del invitado. Quince minutos más tarde empezábamos a pensar que era demasiado esperar que alguien de semejante trascendencia literaria se acordase de nosotros. A las cinco y treinta habíamos perdido definitivamente la esperanza de que pudiese aparecer.
No sería mucho más tarde cuando las puertas del hotel se abrieron y ahí llegaba Juan Marsé, con aquella apariencia de hombre tranquilo y las manos enfundadas en los bolsillos de la chaqueta. Se excusó por la tardanza. Había subido a un taxi sin un céntimo en el bolsillo y al darse cuenta de ello se había visto obligado a interrumpir la carrera teniendo que cubrir a pie el tr
ayecto hasta el hotel.
ayecto hasta el hotel.
Pero no sería esa la única satisfacción de la tarde. Joan de Sagarra, inseparable amistad de Marsé, hijo del dramaturgo Josep Mª de Sagarra, impulsor de aquella gauche divine, caraterizadamás por su manifiesto antifranquismo que por su querencia a una ideología determinada y de la que participaron personajes de la burguesía catalana como Rosa Regás, Jorge Herralde, Carlos Barral, Teresa Gimpera y muchos otros, apareció pocos minutos más tarde, invitado por el propio Juan Marsé.
Con la ayuda de Sagarra fuimos desgranando por boca de Marsé las peripecias de su laberíntica llegada a este mundo, sus experiencias con la literatura, su relación con aquella burguesía catalana tan arraigada a sus obras, sus motivaciones políticas, sus vinculaciones con el mundo del cine…en definitiva, aquella tarde de diciembre tuve la inmensa fortuna de saber de Marsé por Marsé.
Eternamente agradecido.
jlespina.blogspot.com