De mar a mar. Marc Pérez Oliván: pintura contra el desconsuelo. Por José Luis Espina. 23/02/09

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Siempre he tenido curiosidad por esa habilidad de los pintores en convertir una superficie blanca e impersonal en un mundo nuevo, en un escenario recreado de un paisaje o simplemente inventado.
La fascinación por ver surgir de la nada unas formas capaces de emocionar es algo que me parece sorprendente y que me apasionaría saber hacer.
Imagino que es un fenómeno similar al de la escritura, la creación de otros mundos superando la realidad. El escritor recurre a la palabra escrita, el pintor a las imágenes gráficas, que combinadas con habilidad conmueven y trastocan.
 
Eso me lleva a pensar que en todo creador late siempre un ser imperfecto, un ser cuyo anclaje en el mundo es incompleto, alguien desubicado de su entorno. Como esa baldosa suelta que parece estar en su sitio, pero que temblequea al mínimo contacto del pie.
La creación es el recurso compensatorio. Una manera de dar redondez a una existencia que en algún punto se desdibuja y pierde la forma. La locura tiene el delirio como forma de escapismo; la inadaptación recurre a la creatividad como artilugio de pacificación interior.
 
-En mi infancia hay un momento de gran conmoción – me cuenta Marc Pérez Oliván en la Sala del Portal del Pardo en El Vendrell, donde expone una muestra de sus pinturas.
Un día se vio de pronto en Barcelona. Tenía doce años. Una geografía desnortada, ajena para aquel niño acostumbrado a tener como referencia el desierto del Sahara, los escenarios de Mauritania. Un territorio sin límites, una fuente de sorpresas, como el esqueleto de aquel dromedario cuyas vértebras le sirvieron de perfecto refugio infantil.
-Cuando abro un libro y presencio esos paisajes verdes y esos bosques que crecen en el norte de Europa, no siento ninguna emoción especial. En mi memoria retengo los paisajes del desierto.
Los escenarios de sus pinturas son áridos, ocres y resecos, de cielos turquesa, tiznados por nimbos desgajados. Cielos de dibujos animados, como los que representa en sus cuadros, de superficies diáfanas y perfiladas en las que brotan las imágenes de apariencia engañosamente inocente.
-Cuando empecé a pintar predominaba el pop art europeo, se hacía pintura social, eran los años del Equipo Crónica. Yo he querido hacer lo mismo desde una vía intimista. Intento aportar un mensaje positivo a través de los colores, del mensaje o del tema. Quiero hacer pintura optimista.
 
No es banal el propósito de Marc. A pesar de la desnudez de sus escenas, las figuras centrales alumbran con una intención vitalista. Me acerca hasta una de las pinturas, la de un sencillo pedazo de madera veteado y reseco. La sombra del tronco se erige por detrás, transformada en árbol del que repunta el verdor de una hoja.
Nada es imposible, ante el desamparo siempre hay una oportunidad para que rebrote la esperanza.
Más allá me señala el cuadro en el que un tintero volcado, vierte su esencia áurea en el hueco abierto sobre una mesa, para quedar depositada en un cajón semiabierto. Nada se pierde, lo que nos hace fuertes volverá a nosotros aunque en los peores momentos nos sintamos vacíos y abandonados.
No hay nada inocente, las alegorías se suceden en cada una de las obras. La pintura de Marc Pérez Olivan es una pintura intencionada. Warhol dio un primer paso democratizando lo popular, trasladándolo al arte, otros quisieron hacer del pop art un recurso reivindicativo. Para Marc es la vía por la que difunde un mensaje esperanzador.
-Llevo en esto toda la vida. De los trece a los quince años trabajé en el estudio de Edmond Beaumont, uno de los dibujantes de El Capitán Trueno. Después estuve de ayudante de Rafael Busom. Hacía de todo, limpiaba pinceles, borraba marcas de lápiz… y con diecisiete años decidí que ya nada me quedaba por aprender y quise hacer cómic de autor. El resultado fue una cura de humildad.
Ahora miro hacia atrás y no encuentro raíces. Mis orígenes los encuentro en mis amigos, es en ellos que me descubro a mi mismo.
 
Posiblemente estas pinturas tengan mucho de reparadoras, de acto de reconciliación consigo mismo.
Como decía al inicio de esta reseña, el impulso creativo no es un mero acto irracional sino que palpita desde las vísceras más ocultas. Por eso me ha interesado siempre cualquier forma de manifestación artística. En estos tiempos de sedación humanista, de narcotismo personal, de silencio lanar, de tropecientos canales inútiles en TDT, la propensión del ser humano hacia el arte, sea cual sea, es de los pocos indicios que permiten un atisbo de esperanza.

 

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