Las opiniones son como los culos, cada persona tiene uno. Gran frase, es del filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX: Harry El Sucio. A mí me encanta esta frase. Por ejemplo, una de mis opiniones es que no me gusta Bolaño. Sí, ya sé que soy un hereje, y cual vampiro, objetivo de muchedumbres vociferantes repletas de antorchas y estacas, pero les aseguro que de momento no me ha caído ningún rayo encima. Y es curioso, pero duermo como un bendito; tampoco sufro del estómago, ni tengo problemas de conciencia. Sí, es raro, pero qué se le va a hacer. Del Ulises, como del Finnegans Wake, nunca he podido pasar de la página 40 -siendo como soy un devoto lector de Dublineses-, y con Faulkner me sucede lo mismo. Tengo a La muerte de Virgilio de Hermann Broch como uno de los mayores ladrillos del reino literario, y el señor Benet es por el estilo. Qué más. Todo el lote del Nouveau Roman, con Robbe-Grillet a la cabeza -y sí, incluyo a Claude Simon-, me parecen unos terroristas que intentaron acabar con la novela. Quizás Cortázar, cuando se relee, sea un cuentista sobrevalorado, pero digo que sólo quizás, en estas cosas no quiero ser radical. Pero eso sí, en lo que soy un talibán es que Thomas Bernhard es inaguantable. Con Almas muertas me dormí -siendo como soy devoto lector de El Capote-. Y si alguien ha entendido El ser y el tiempo de Heidegger, pero si lo ha entendido de verdad, me lo explique, por favor, porque yo me quedé con la sensación de que era el timo del tocomocho. Y… en fin, podría hacer una larga lista, pero no quiero aburrir más de lo que me han aburrido a mí. Con todo esto quiero decir que no hay nada sagrado, y menos en literatura. Las peleas son buenas, demasiado respeto no va a ningún lado. Hay que desdramatizar y esparcir un poco de luz amable, y dejar de hablar de cosas perdurables y de escritores acosados por sombras -Et in Sparta ego y todo esa milonga- y dejar de utilizar todas esas sentencias apocalípticas que ponen algunos autores y críticos al final de sus artículos. Porque al final los que empiezan pueden creérselo y será malo para su salud y harán cosas que elevarán la estupidez a una de las bellas artes. Porque los escritores no somos más que cazadores con escopetas de corcho, y como decía Elias Khoury, lo peor que le puede pasar a un escritor es que se tome en serio a sí mismo. No hay que aspirar a la inmortalidad -una idea totalmente ficticia, un autoengaño-, sino que, como asertaba Píndaro, hay que agotar el campo de lo posible. Pues eso, pero que de salud estoy bien, en serio, no se preocupen. Y ni rastro de ganas de hacerme examen de conciencia, ni tengo dolor de corazón ni albergo propósitos de enmienda. Incluso últimamente soy muy feliz. Aunque sé que esto último no es educado confesarlo…
CODA: a propósito, contra los ataques de solemnidad literaria siempre he recomendado unos cuantos capítulos de FUTURAMA, una muestra de inteligencia, sutilidad y, sobre todo, humor