La escritura es inseparable del hombre, define su estatus, su ser social e individual, su proyecto de ser. No se trata sólo de que la historia haya nacido con la escritura, es que el propio desarrollo de la escritura (en cada una de sus diferentes fases y ciclos) propicia ese sustantivo que marca la diferencia con la pre-historia. La cuestión sin dejar de sutil conviene reafirmarla, y sin menoscabo de la necesidad de ajustar el término de neolitización.
El proceso de evolución es consignado en el mundo animal como Reino; también en la denominación del Reino de la Naturaleza, así como el Reino del hombre queda establecido con el sistema escritural, nuevo estadio adquirido por el hombre sucesivo, cuyo estudio refiere la Idea de hombre, su estatuto como sujeto operatorio.
Tal sujeto es el cruce de capas heterogéneas y en cualquier caso impone su ejercicio, su implantación. La memoria del sujeto, inmersa programáticamente en la consecución histórica, lejana en el tiempo, está presente en su actuación contemporánea y coetánea, con distintos parámetros, también en la conducta del sujeto. Francis Ponge definió a este sujeto como “una cierta vibración de la naturaleza llamada hombre”. Si tenemos presentes las circunstancias naturales, materiales que giran no oblicuamente en torno al concepto de hombre, sería irrisorio pensar en un hombre-sujeto-escriba capaz de adquirir su identidad atemporalmente, al margen del medio natural o técnico apelando a una identidad ancestral; como si esa identidad no fuera ella misma variable, temporal, sometida a la actividad de los propios sujetos prolépticos (manifestada en la memoria cargada en actividades y resultados materiales: libros, máquinas, instituciones, arquitectura, etc.). >>Leer más