El firme verso desprendido de Gabriel Sopeña. Por Lauren García (22/09/2011).

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Otorgando a cada poema su textura musicando a grandes escritores (Salinas, Neruda, Lorca, Gil de Biedma…) mucho ha hecho Gabriel Sopeña por la difusión de la poesía. Discos como La vida por delante, Con elegancia, Orillas o Una ciudad para la paz son consumadas pruebas del verso que echa a andar con holgura dentro de la música. Pero Gabriel Sopeña, doctor en Filosofía y Letras,  (Zaragoza, 1962), ha ido configurando una palpable obra poética barnizada de una tez muy personal.

En 1995 se edita La noche del becerro (Olifante), con prólogo de Juanjo Blasco, que se refiere a la autenticidad palpable del libro y su autor: “Sucede con Gabriel Sopeña lo mismo que con otros grandes creadores, la grandeza esta ahí escondida entre versos que a veces parecen inofensivos y que otras veces muerden como La Manticora”. Blasco cita el don insólito del poeta que se revierte en entrega: “Tiene además el impulso del Tao, el que se guarda para los artistas consumados, el que permite una comunión íntima con la Naturaleza y que no llega de artificios o esfuerzos de voluntad”. La noche del becerro encierra desde su inicio un mensaje de réplica a la falsedad del mundo, al planeta sangrando sobre su alma: “Todo es un gordo carcajear de maldiciones:/ la oportunidad de profetas y farsantes”. Poemario de voracidad amorosa, de promesas que no conocen distancia: Marruecos, Grecia, Menorca; Lisboa.. Lugares que se hacen canción alarmante. El espíritu ha de consumarse como un aullido: “He de arder, soy brasa,/ inflamado de conciencia,/ ahíto de búsqueda y ruego”. Así la condición humana tiembla, no se arruga y vislumbra los desafíos de las alturas: “Soy la esencia sagaz del universo,/ soy el área más trabada/ del gran cúmulo de furias que fue sabio/ y catapulto la cima de una evolución hermosa”. La vida es una suerte bienhallada que se apuntala en la poesía: “He hipotecado mi tiempo por una rueca de azares/ hilvanando un verso duro como acero en las pupilas”. Una constante en su obra como buen conocedor de la historia de las religiones está en la pureza de cariz divino. Poemas que tienen la personalidad de nombres propios, que se enfrentan a un mundo donde los lenguajes se silencian con el sonido atroz de la guerra: “Os dirán que la vida es negociable,/ que todo se cura,/ que la belleza es la norma,/ que buenas losas crían buenos recuerdos/ que vuestros padres fuimos débiles como cachorros perdidos. Dirán que la Historia se nutre de aspirinas/ pero estas manos tienden al amor”. Un verso que se planta ante el empobrecimiento del lenguaje, que reclama la nobleza del hombre, la honestidad del poema: “Venderé algunas noches. Supe/ que idioma emplear con los verdugos”. Abre Sopeña una afrenta frente la codicia despiadada del mercantilismo sin conciencia: “¿Para qué guerra servirán tus estadísticas/ grabadas sobre la piedra más brillante?”. La escritura es una defensa y un ataque, que alzan la palabra: “Y escribiendo me alcanzo en desbandada,/ como ejército vencido que renuncia”. Con evidentes resonancias bíblicas el poemario es un grito contra la esclavitud humana que se retoza en sufrimiento, como apunta el periodista Javier Losilla: “Y como toda plegaria contiene la entrega y la renuncia, la humildad y la insolencia, la sobriedad y la riqueza. Oraciones en llamas, plegarias ardiendo”.

En el 2000 llega El cantar de los destierros (Prames) un ardiente poemario amoroso en prosa que desecha cualquier diálogo con la duda donde el final de cada poema da inicio al siguiente y el verso final convida al primero. El libro contiene caligrafías de Peña Lanzarote, en la cubierta del libro el poeta Ángel Guinda subraya: “Maraña de pensamientos, sensaciones, quimeras, emociones y sentimientos enfrentados en un alma torturada que, por amor, se exorciza. Monólogo poético que, gracias al encantamiento de los contornos de música de un lenguaje hecho canto, se hace mosaico fluido”. El libro con retazos de épica amorosa se abre con una cita del Poema del Gilgamesh, y está repleto de bellas imágenes con un léxico que se estira hacia la pasión en medio de connotaciones religiosas: “Derrota grave de rubí. Como de té, transportando en caravanas de brisa. La luciérnaga me advierte: comienza un nuevo milenio. ¿Dónde te busco, amor, amor, amor, amor, ahora que el vigor de mi semilla siente celos de tu gentileza”. Los versos buscan una comunión con el universo a través de la amada con un sentimiento que roza lo sagrado: “Si el amor está de tregua, insultemos su sosiego: que el caliente flujo de mi caña tierna se convierta en la víscera de un héroe, bríndame otra vez tu yema púrpura, que tu escarcha densa pestañee entre mis dientes igual que gotas de lluvia en las hojas de la rosa”. El poeta se rinde ante la cultura milenaria inefable, ante el poso del saber: “En ciernes vislumbro tiempos de hierro y desolladero, de macelo y de tortura; exactamente han mostrado los Profetas y los Sabios cuán larga será esa helada que mandará la corteza de la Historia de los hombres.”

El 2003 trae bajo el brazo Buen Tiempo para el deshielo (Poemas y canciones de viaje y de gabinete 1995-2002), publicado por Lola Editorial.  En el prologo Vanessa Martín Saura alude que “es poseedor de aquellos valores que van a desmentir precisamente los monólogos característicos de los dos polos (el norte y el sur); posee valores que ponen en evidencia las monografías estilísticas de los realismos árticos y de los antárticos sentimentalismos, y esos nos arrojan de momento, a los más cálidos trópicos apuntando al paralelo mismo del ecuador palpitante”. Libro de corta extensión pero con un gran magma de intensidad: el verso es ambulante va de Colombia a Nueva York, se remansa en aviones, se para a escuchar al prójimo y proyecta el sentir como una flecha hacia el mundo: “Que la nostalgia me arrulla/ como a un junco en la tormenta/ que mi canción es tan fuerte/ como una pluma en el vórtice/ que amo tanto que ahora siento/ como el latido es balanza,/ es siembra,/ y es bumerán.”.

En el 2011 llega su último libro hasta la fecha Máquina Fósil, (Olifante, Ediciones de Poesía), un poemario que recuenta el tiempo como un reloj de arena con un tiento de verso sereno y sobrio; además cuenta con orientadoras ilustraciones de diversa procedencia. El amor figura en dualidad como fuente de energía y sombra mortal: “Mi anhelo es un estanque empantanado:/ galápagos y ramas sobre flores de loto”. La mujer es una enconada salvación fren
te a los desmanes del mundo y el estupor de estar vivo: “Y aquel invierno asesino/ en que estrenaste lencería con color de/ arándanos/ imploré que tu gemido/ fuera una nube de algas.”. La canción es sinónimo de un estado de ánimo: “Yo te deseo tanto/ que me duelen las canciones/ como brechas de arpón”.

“Máquina fósil” homenajea a Leonard Cohen, tiene ecos cinematográficos y se adhiere de nuevo a un corazón errante con la capacidad de la poesía de despertar para contagiar un vuelo. La contradicción se funde en literatura: “Bendigo el pétalo/ que atiza tu alma/ y es mi grillete”.

Ajeno a los diretes de los premios y a los intereses creados Gabriel Sopeña ha ido formando una magnífica obra poética poderosa como la estampida de una ola al amanecer.

 

 

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