Quizás al lector le suene más el nombre de Gerardo Lombardero por sus profusos artículos en prensa o por su querencia por la novela histórica, pero lo cierto es que el escritor ovetense tiene publicados dos libros de poesía que muerden su ancla en el tiempo.
El primero La palabra es vuestra y mía, libro editado por el Colectivo Cultural Octubre, impreso en 1978 y con ejemplares numerados; un título alegórico a la situación de cambio de España en aquella época con mucha energía compartida.
Desde el primer poema el escritor hace un llamamiento a la comunicación con mayúsculas y a asumir con entereza su papel: “Pero mientras yo, poeta ciego / metafórico y vano viva: / la palabra es vuestra y mía”. Un poemario llamado por la inconsciencia del sentimiento a adentrarse en la piel ajena, con guiños explícitos a Blas de Otero, con signo persuasivo de mirar al mundo para romper convicciones establecidas, para cambiar el devenir de la noche monótona. Hay en el libro unas ansias deliberadas de corresponder al futuro, del país que se abre a los dominios de la libertad, de evocar el ansia de vida y mujer nerudiana. Aparece Oviedo triste y torpe como una broma seria y Madrid respirando humo; la loca captura de un poema que dejará todo decidido. El futuro es un hermoso mar que se rinde ante el poeta que vibra con sus embestidas. Hay en la obra una ansia de plenitud del ser, de trascender con el verbo: “Me arranco la palabra de la boca / y si hace falta los dientes de la encía”. La segunda parte del libro tiene un decorado de poesía amorosa donde el amor aparece como un consuelo terrible pero necesario; un destino que el poeta persigue “como dios andando” con la vuelta inequívoca al verso como designio humano. El propio Lombardero se refiere a la poesía en la última página del libro como “urticaria incurable”.
En 1998 aparece en la editorial krk Una mano sola, con prólogo de Augusto González Suárez, que se refiere al libro como “un vuelo de alegría”. Un libro reposado que madura en la cuarentena valorando el peso que ejerce una mano, que sabe de ilusiones torpedeadas, del peso resbaladizo de la poesía: “No hay poema que no valga / al menos una lectura”; versos que arrasan las glorias fatuas de la poesía y las ilusiones pacatas. Poesía sin tintes complejos, pero de acento misterioso para dar testimonio de la vida repentina y fatal: “ser poeta es una feliz casualidad”. El escritor busca salidas a la cerrazón de la existencia: “Allí donde la vida acaba / como la página doblada de un libro”. Poesía que nombra los hechos vitales con un grito que es una estampida de sinceridad: “Un perro ladra a una gaviota / inútilmente embravecido, / así ladrábamos a la vida / entonces, que éramos más jóvenes”.
Veinte años separan estos dos libros, y Gerardo Lombardero no ha publicado más poesía, y es que los versos y el cerrado mundo editorial no respetan a veces a los que son sus más fieles amantes.