En las últimas elecciones al Parlamento Europeo, todos los que creemos en la democracia asistimos atónitos al crecimiento espectacular de los partidos de ultraderecha. Y el más activo de ellos, el partido Jobbik (Movimiento para una Hungría Mejor), no sólo obtuvo un 15% de los votos en su país, sino que eso llevó a que consiguiera tres representantes en el Parlamento de la Unión Europea.
Pero ese partido no sólo defiende sus más que discutibles ideas en el campo de la política. También tiene un ala paramilitar, la llamada Magyar Gárda (Guardia Húngara), actualmente ilegalizada, pero todavía activa. En su búsqueda de una víctima propiciatoria contra la que volcar sus odios, hallaron a los gitanos como los más apropiados. A ellos culpan de todos los males de su país y contra ellos lanzan sus ataques, a veces con dramáticas consecuencias. Amparándose en la noche y con el anonimato que propicia la actuación en grupo, los miembros de esta Guardia Húngara no tienen reparos en disparar o lanzar cócteles molotov contra personas desarmadas, a veces contra niños.
En momentos de crisis como los que vivimos, no es raro que se busque a quien culpar de nuestras desgracias. Y cuando a la búsqueda se une el odio, es muy probable que encontremos que el objeto de nuestro odio es el perfecto culpable. Y es entonces cuando la violencia se convierte en la única razón.