Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras
EL MAL NOS TRASFORMA EN ANIMALES O NOS HUMANIZA
Aurelio González Ovies
Tergiverso la aserción “el mal nos transforma en animales, pero también nos puede humanizar e incluso elevarnos”, que recojo de una entrevista de Ronaldo Pérez con Ana Blandiana, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2024, para resaltar su fe en que la poesía cambia la fealdad de la realidad, porque el mundo es, a menudo, sórdido y atroz. Pero el verso minimiza la distancia entre lo bueno y lo malo, hace de puente entre la verdad de lo que existe y la belleza que añoramos y perseguimos, ejerce de ventana abierta a la vulnerabilidad compartida.
La poesía de Anna Blandiana (Timioșoara-Rumanía,1942), y mucho se hablará de ella en estos días, es cercana y esperanzadora, de un lirismo inabarcable; su compromiso social, firme y su tono meditativo, de una fuerte conexión con la naturaleza y la espiritualidad. La poeta, figura clave y bien representativa en la lucha por los derechos humanos y las sinrazones de los mandatarios, indaga, sobre todo, en la relación entre el hombre y la naturaleza, la libertad y la opresión, siempre en busca de sentido y amor -amor a raudales en sus declaraciones- en un mundo a menudo desafiante, caótico y contradictorio. Su poderosa voz, en ocasiones metafórica y a veces muy limpia y directa, así como la belleza de cuanto pronuncia, resuena y se convierte en emblema de valentía en la crítica social.
Su lenguaje es claro y evocador, de ahí la expansión y el alcance de sus poemas. Es hábil tejedora y entrelaza, con estilo irrepetible, emociones muy complejas en versos muy sencillos; es una luchadora que combina a la perfección la celebración de la belleza y la resistencia de los seres de carne y hueso. Su palabra es denuncia, pero también renovación, como todos los ciclos de la vida: “febrero, con sus noches / largas y frías, / con su silencio de nieve y suspiros de viento, / despierta en mí el anhelo de la primavera, / el susurro verde que anuncia renacimiento”.
Durante el régimen comunista, sobrarán comentarios durante las semanas venideras, la poeta se convirtió en una figura prominente de la tenacidad intelectual y participó en diversas organizaciones y actividades que promovieron las libertades civiles. Pero nada más lejos de mi intención que mezclar lo poético indiscutible y palpable con lo político implícito. Me quedo con los alegóricos símbolos y con la certeza de que sus estaciones son sinónimas de fortaleza y resiliencia frente a la adversidad. “Caer es volverse uno con la tierra, / unirse al polvo, a la hoja, a la raíz”. No se puede expresar mejor la consciencia de la inevitabilidad de la caída, ni aceptar de manera más transparente que esta es parte integral de la experiencia humana.
Termino ya. Su silencio valió y sirve de auxilio. Con sus desvelos, su sencillez y su intimismo alteró y trastoca muchas circunstancias y muchas convicciones. Lo imaginario de su poética cobra vida, desde ahora, más que nunca y para siempre. Nos creó una patria (personal y común), inventó redentores, desdibuja sufrimientos e intenta, en cada sílaba, descifrar el misterio indescifrable de la Historia. El animal de sus desasosiegos, más allá de frontera alguna, nos humaniza.
Si tuviera que adelantar, a modo de artículo académico, unas palabras clave, destacaría de la galardonada marbetes que se repetirán en reseñas y semblanzas: concisión, cavilación, dignidad, lucidez, protesta, vigilancia y autenticidad, entre un sinfín de términos definitorios que podría añadir.