Hace tiempo que el pote se fue al carajo. Al parecer, por discrepancias en asuntos políticos, por una trifulca entre carlistas y no carlistas que iban a comer ese pote y acabaron a garrotazo limpio, sin alimento y túmidos además. Es así la especie humana, somos así los supervivientes de los homínidos: también en bodas y bautizos suele empezar bien la celebración, con saludos y abrazos, y no siempre finaliza de igual modo por culpa de una discusión cualquiera que, con el fulminante adecuado, generalmente etílico, deviene en agresiones múltiples. Un misterio lo de esa supervivencia nuestra hasta el presente.
Un misterio si sólo nos fijamos en lo negativo del animal racional que somos, si sólo anotamos los defectos que nos convierten, de cuando en cuando, en el más irracional de los animales; ahí, de nuevo, el hombre y la mujer que destruyen en nombre de una simple idea, una idea que poco después ya se nos antoja un despropósito, por lo que destruimos nuevamente.
Pero yo, desde el varganal de La Pedrera, en el valle de Santa Bárbara, desde el mirador abierto hacia el prado de la fiesta -a la derecha, más allá del puente sobre el río, no quiero mirar: más allá del puente sobre el río, a mi derecha, está el cementerio, tan cerca del jolgorio anual-, mientras suena la música de la orquesta y baila la gente, anoto también la buena salud de lo que observo, danzas, caricias, el deseo de las personas de divertirse, de amar a destajo mientras se divierten. Y el amor siempre redime.
Sí, hace tiempo que el pote se fue al carajo; es innegable que destruimos, encumbrados en lo más cimero de una idea o aupados en las pendencias atizadas por el alcohol y otros detonantes, pero de ese pote antaño arruinado hemos sido capaces de construir este pote actual, estos festejos de El Pote, esta diversión amorosa.
Hasta aquí hemos llegado por construcciones semejantes.
Y por fin miro hacia la derecha, hacia el puente sobre el río: Venga, venid también vosotros a la fiesta, que aquí cabemos todos, bien cebados o en los puros huesos.