Vaya por delante que yo no soy experto en nada. He cumplido años no sé para qué. O quizá sí lo sé: para afirmar lo que anuncio a continuación del título y de la identificación como autor de estas palabras y de las que seguirán (¿habría menos textos por ahí, por esas montañas de libros que a tantos árboles les cuesta la vida, si a escritores y a escribidores nos asignaran una matrícula, similar a la de los coches, o algo así, y no apareciese nada más en las obras, ni foto ni otras vanidades, que lo recreado en ellas?).
Ya va por delante la advertencia, a ver qué mando detrás. Esto mismo: aquel Palladium ovetense donde se proyectaban filmes de arte y ensayo, sí. Por supuesto que la memoria es una embustera fabulosa, a veces para bien y a veces para mal, pero en este caso barbas deben callar pues letras hablan si me refiero, por ejemplo, a las historias de Amarcord o de La naranja mecánica que en el Palladium se estrenaron, acomodado yo en una butaca de la sala que tantos universitarios frecuentábamos: debe callar el recuerdo porque aún está aquí el presente de entonces, almacenado en cedés modernos, incluso el Morbo de Gonzalo Suárez y de Víctor Manuel y de la apetitosa Ana Belén, su biquini toda una inspiración y una promesa para los onanistas de aquella época que anunciaba desnudeces futuras si el mañana no se torcía y el color de la democracia se imponía definitivamente a las sombras dictatoriales.
Aquí os pillé, barbas, con estas letras de alguien, un loco –qué cuerdo, el hombre-, que pide desde el árbol Quiero una mujer mientras arroja piedras a los parientes desde las alturas de unas ramas, y con estas otras, más violentas y más musicales, de los jóvenes que golpean y fuerzan al ritmo del acompañamiento musical que suena ahora, Cantando bajo la lluvia, aunque el protagonista –Vuestro humilde narrador- prefiera a Ludwig Van.
Ficciones, de acuerdo. Pero a la esposa de Anthony Burgess –inventor de lenguajes, alentado por Joyce-, el autor de la novela homónima en que se basó el filme de Kubrick, la golpearon y violaron cuatro soldados y perdió la criatura que esperaba –ignoro si alguien cantaba bajo la lluvia londinense durante esa barbarie homínida-. Sabido es que los escritores y los escribidores solemos mentir con la misma soltura y aplomo con que suelen mentir los políticos, nosotros para entretener por lo común, generalmente para medrar nuestros gobernantes, pero ¿miente también la Historia? ¿Es una ficción lo de la esposa de Burgess? Quizá lo sepa algún experto. Desde luego, es incierto que el escritor no esté presente en las páginas de sus libros; a mí, a pesar de no ser experto en nada, no me engañan ya con ese hueso: de algo propio, real, surge lo ficticio, aun cuando se haya soñado o sencillamente se desee o se aborrezca esa propiedad.
Puedo confesar, y confieso –a propósito de los años vivos del Palladium ovetense-, que apenas leo a recreadores que no escriben en la lengua que conozco. También, que no sé de dónde sacan el tiempo algunos y algunas para leer tanto, a tantos y a tantas- qué coñazo esto, digo, qué engorro, perdón, esto del lenguaje no sexista; sabido es también, féminas mías, que debe predicarse con hechos más que con palabras-. Quizá debería escribir menos, y obtener horas de ahí –pero está la foto y demás vanidades, supongo-. Aunque no debo tender ya a la dispersión, de la que abuso –como me apunta un amigo fiel, que desea lo mejor para mí y justo por eso no se me escapa que lleva razón-; de la que abuso como si pretendiera que no me entienda ni Dios. Estaba confesando, pero ya confesaré más otro día: por hoy (debido a la dispersión, lo siento, amigo fiel) se jodió lo que se daba; lo que iba a darse, mejor escrito.
De españoles –y españolas- ya hablaré en silencio próximamente (fijaos en el 1del título), ahora remataré la faena con otras dos perlas en lengua no castellana (por cierto, en algunos países –qué raros son los extranjeros- no entienden esto de la lengua castellana con que, más que nada para no herir con la palabra a medio paisanos nuestros muy susceptibles, al igual que las féminas de antes, nos referimos a la lengua española). Con dos ficciones más, sí.
La primera, debida en mayor medida al director Ridley Scott, a su Blade Runner, que al escritor Philip K. Dick, a su relato corto ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Habla el androide antes de callarse para siempre: He visto (…) Todo eso se perderá conmigo como lágrimas en la lluvia. (Más lluvia; ya me he percatado, ya) Qué bien entiendo al androide, por qué será. Se lo preguntaré a algún experto.
La segunda, basada en la única novela que escribió el poeta Boris Pasternak, Doctor Zhivago, la película de David Lean con parte de EXTERIOR DÍA en España. Tu poesía no gusta. Así le miente el medio hermano a Yuri, a Yuri el de Lara (y lloro, como lloraré después, cuando la primavera se anuncie en el cristal al tiempo que actúe la banda sonora, y como lloraré al final).
Ficciones…
Qué ficciones tan reales (pues lloro).
Tanto, o más, que mi vida.