Esas ficciones (3), por José Ángel Ordiz. 26/04/2010

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Postales de cine: Woody Allen cine

Continúo, pues nadie me ha mandado parar y, además, decoran estos textos míos con portadas de libros y afiches e imágenes detenidas de algunas películas y sólo por ver semejantes ilustraciones, como en los tebeos, ya queda medio disculpada la colaboración escrita.
Me había quedado yo en compañía del octavo pasajero (qué criatura más fea, tú), en el futuro en que me hubiera gustado nacer, aunque lo malo de nacer en el futuro es que a lo peor no existe ese futuro, como Woody Allen, detenido entre dos pasos en la calle ovetense Milicias Nacionales, me contó una vez (pobre hombre, tan cerca del Campo de San Francisco y nada, que no llega a los árboles que apenas ve pues le faltan las gafas por culpa de los gamberros). Ahí me quedé, con el Alien, con esa criatura tan fea (cómo son los norteamericanos de Usa con el sexo, mira que suprimir un coito en ese filme por temor a la censura; con el sexo y no sólo con el sexo, cómo pueden ser tan inteligentes y tan estúpidos a la vez) que, hace años, me sirvió para que el alumnado se enterase de que en nuestros estómagos hay ácido y por eso los ácidos alienígenas en cuestión nos metían por la boca a sus descendientes y en nuestros estómagos hallaban acomodo los fetos hasta que nos mataban al nacer (Bebés cabroncetes, los llamaría el doctor House, más cabrón el médico drogadicto que el Yuri Zhivago aunque éste corone a la esposa, por muy poeta que sea, o quizá por ser poeta, con la hermosa Lara).
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No menos didáctico el Alien que el Desafío total de Paul Verhoeven y del gobernador californiano que fuma puros, cualquiera se pone ahora a escribir su apellido. Pero que nadie tema nada, ya no doy clases de química, ahora únicamente enredo con las palabras, a ver qué sale al juntar letras y todo eso que suele llamarse literatura: yo, al igual que Alfredo Landa, para quien su mejor película era siempre la que estaba interpretando, mantengo por ahí que mi mejor obra es la que voy a escribir o estoy escribiendo ahora; y no pretendo engañar a nadie ni engañarme a mí mismo; sucede que todo es tan perfecto en la imaginación, cuando aún no ha sido contaminada por la torpeza del recreador…
Puedo confesar que leo como si estuviera viendo una película, tan arraigada está en mí la cultura audiovisual, que no empezó en el Palladium ovetense de Pumarín, sino mucho antes, con las televisivas Viaje al fondo del mar (dale que te pego el sónar en mi cabeza) y Perdidos en el espacio (qué mala persona uno de los astronautas).
            -Por qué no comenzaste entonces Esas ficciones por el principio.
            -Calla, Woody, no seas rencoroso. Y, además de estúpidos, también os llamé inteligentes, incestuoso. Tal vez por eso, por incestuoso, te rompieron las gafas.
            -Oye, que mi mujer sólo es mi hija adoptiva.
            -Contigo me voy a poner yo a discutir, con lo liante que eres incluso al casar.
            -Qué suena.
            -Pues no sé, Amapola en Érase una vez en América, qué sé yo.
Aseguran muchos críticos que la novela ha muerto o la está diñando en estos precisos momentos. La novela o el lector de novelas, que viene a ser lo mismo (va por ti, Manuel García Rubio). ¿Fallece, o la ha palmado, cuando más escritores hay por metro cuadrado? Qué va, hombre, qué va. No nos olvidemos de Antonio Muñoz Molina, de la fecunda quinta leonesa que puede encabezar Luis Mateo Díez y La fuente de la edad, de los Juegos de la edad tardía de Luis Landero (un Quijote actualizado esa obra), ni de los lectores y lectoras que hablan de ciertos relatos con una pasión que dista mucho de oler a cadaverina. El formato, papel o pantalla, poco importa. Como el Palladium de antes o los Yelmo de ahora. Las buenas historias conmueven lo mismo.
            -Ya no sorprendéis.
            -Joder, el Woody otra vez.
            -Sí, otra vez yo, qué pasa.
            -Lo que antes sonaba era la música de El padrino, Estoy sintiendo tu perfume embriagador
            -A quién llaman.
            -A José Luis, en El verdugo de Berlanga.
También confieso que veo una película como si estuviera leyendo (y no me refiero a las versiones originales con subtítulos en español; qué diferencia con las dobladas, cuánto se pierde con los cambios de voz; y todo por culpa de la torre de Babel esa, más interesante la Babel del González Iñárritu).
            -¿Por eso adaptas guiones de cine a novela?
            -Quién eres tú.
            –El lector.
            -Ah.
Y que ignoro, con hambre y sueño, de dónde vengo y a dónde quiero llegar, así que, de momento, the end.

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