EL FADO AL ANOCHECER ALIVIA, ALUMBRA Y REDIME
Los versos del insumiso Ary dos Santos (Lisboa 1937-1984) y las músicas de su contemporáneo y no menos rebelde Alain Oulman, crearon fados inmortalizados por la sensibilidad, la voz y la interpretación de la gran Amália Rodrigues. Fados que, junto a otros clásicos, siguen despertando emociones desde otras voces más nuevas, como la de Carla Pires, cuando canta clara y con ternura: “Amor mío, amor mío/ mi cuerpo en movimiento /mi voz que busca su propio lamento/mi limón de amargura, mi puñal escribiendo/Paramos el tiempo y no sabemos morir/y nacemos, nacemos/de nuestro entristecer/Mi amor, mi amor/mi nudo y sufrimiento/ mi muela de ternura/ mi nave de tormento./ Este mar no tiene cura, este cielo no tiene aire /nosotros paramos el viento y no sabemos nadar/y morimos, morimos / despacio, despacio”.
Desde luego, todos cuando nacemos empezamos a morir, muy poco a poco, por regla general muy despacio, despacio. Cada quien tiene alguna vez su limón de amargura, en un mar que en ocasiones parece no tener cura y bajo un cielo enrarecido que amenaza ahogarnos. Así es nuestra vida, con alegrías, esperanzas e ilusiones, incluso aprendemos a nadar en ella; pero también nos espera con esquinas hirientes, en naves zarandeadas, en heridas del corazón que llegan, se van y vuelven…
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Ángel García Prieto