Yo, a estas alturas del noviazgo, ya no sé si la Duquesa le va a preguntar a la Reina por el novio o por el botellín. Se supone que por el novio. Digo si le preguntará por el botellín, no con mala intención, sino porque la señora padece hidrocefalia, cosas de la edad, y no debe sentarle nada bien beber mucha agua. El novio, a su vez, rompe ese glamour noble que la señora porta desde tiempo inmemorial, y se presenta en vaqueros, algo desaliñado, sin afeitar y con su agua adolescente. Bien es cierto que como funcionario, es un servidor de la Monarquía, aunque sea parlamentaria, y eso a la Duquesa le parece muy propio.
Hay un verdadero revuelo entre los hijos de la Duquesa por esta posible boda a estas alturas del Ducado. La alarma no se sabe bien, aunque se supone, si es por el novio o por el botellín. Me inclino a decir que es por el novio. Pues no quieren retirar al chico antes de los 65 como es preceptivo en todo funcionario que se precie. Y éste se precia, vaya si se precia, sus aspiraciones no son baladíes. De llevarse a cabo el enlace, podríamos decir que sería aun boda de conveniencia. ¿Hay alguna que no lo sea? Aquí los herederos caen con todo el equipo. Piensan más en los palacios que en la felicidad.
Ante el descubrimiento del caso, o el casorio, ahora la Casa de Alba ha desmentido la posible boda. Pero no se fíen. Tampoco había crisis y ya ven. Ella, la Duquesa, tiene sus ilusiones. Y él, el novio, su agua. ¿Dónde está el problema? No piensen mal, no es en el dinero. Tampoco en los posibles hijos de la pareja enamorada. El balón ahora está en el tejado de la Zarzuela. Y el problema, de haberlo, está en el botellín: No es agua corriente, es agua bendita.