De escritora de culto a escritora de éxito. Cristina Grande se ha convertido en una de las últimas revelaciones de la literatura española. Su novela Naturaleza infiel (RBA) continúa y amplía los temas de La novia parapente y Dirección noche (dos libros de relatos que publicó Xordica). El humor, el amor, la crueldad, la inquietud… y un permanente afán por aferrarse a algo en pleno naufragio.
—Toda tu obra parece compuesta por variaciones sobre un mismo tema.
No tengo imaginación, quizás por eso recurro siempre a los mismos temas. La repetición y la machaconería tienen algo que ver con las acciones de un herrero, o de un pájaro carpintero: es como avanzar sin cambiar de sitio.
—Ahora estás a punto de publicar Agua quieta (Ediciones Traspiés), donde los personajes ficticios y periféricos de Naturaleza infiel cobran vida de otra forma.
Los personajes de Agua quieta son reales, y casi todos están ya muertos: mi hermana, mi abuela, María Anoro, mi tía Esperanza, Pedro Vila, mi tío Sixto, mi tío Jesús. Escribir sobre ellos es mantenerlos con vida de alguna forma.
—Da la impresión de que poco a poco has ido disipando el humor que caracterizaba a tus primeros cuentos.
Es algo que lamento, pero que no he podido remediar. Dirección noche, mi segundo libro, y Naturaleza infiel (ambos escritos casi al mismo tiempo) son más sombríos que La novia parapente, que está escrito antes del diagnóstico de la enfermedad de mi hermana. El humor solía venir en mi auxilio como el Séptimo de Caballería, pero cada vez con menos frecuencia.
—Nunca te alejas demasiado del ámbito doméstico, como si la vida social te resultara amenazante.
No es que la vida social me resulte amenazante, aunque es cierto que en el ámbito doméstico me siento más cómoda, andando descalza y sin maquillar.
—En el territorio de los sentimientos, tus climas son siempre inestables.
No tanto. Mis personajes intentan mantenerse en pie aunque no les vayan bien las cosas.
—Los dramas no te gustan.
Lo que no me gusta es la grandilocuencia, la desproporción, el fatalismo. Los cambios y las variaciones (aunque sean sobre el mismo tema) suelo considerarlos para bien.
—Algunos de tus personajes fracasan como novios, amigos o amantes, pero no como hijos, hermanos o nietos.
Son fracasados en general, sólo que en el ámbito familiar eso importa menos. El fracaso y el éxito no son tan distintos porque pertenecen al mismo campo de batalla.
—Dices lo necesario sin decir nunca lo suficiente.
O lo suficiente sin decir lo necesario. En el fondo tengo muy poco que decir. Admiro a escritores (como Javier Tomeo o Agota Kristof) que con su voz y su forma de narrar dicen mucho más de lo que cuentan.
—Con tu último libro has llegado a un público más amplio.
He tenido la suerte de poder publicar con una gran editorial, y de que me hayan apoyado.
—Posees una voz muy particular, ¿qué buscas ahora?
Buscar, buscar, no mucho. Mantenerme en equilibrio, quizás, y mientras tanto oteo el horizonte para ver por dónde anda el Séptimo de Caballería.
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CAMINOS
Cristina Grande
La montaña está llena de caminos, señalizados y sin señalizar, que zigzaguean por las laderas, se cruzan entre ellos, bordean barrancos, atraviesan un prado, se adentran en el bosque, y en ocasiones no llevan a ninguna parte. No hacen falta mapas para poner un pie detrás de otro. Muchos pies, sin embargo, hacen falta para trazar un camino. Entre Benasque y Cerler hay varios. «Es demasiado tarde para ir por ahí, demasiada espesura. Mejor iríais por el otro camino, más despejado», nos advierte una anciana del lugar que recoge moras ya de atardecida. Por supuesto, no le hacemos caso, y nos extraviamos en el bosque como Hansel y Gretel. La carretera la perdimos de vista hace rato. El estado de la carretera es un tema recurrente en todo el Valle de Benasque. En las tiendas, en los establecimientos hosteleros, y hasta en la oficina de Correos hay huchas que piden un donativo para la mejora de la N-260. Si no puedes adelantar un camión entre Campo y Seira, o entre Seira y el Run, sabes que el viaje se alarga unos veinte minutos. Sólo los habitantes del valle, como mi amiga Lola Aventín, son capaces de hacer adelantamientos en el Congosto de Ventamillo. Las carreteras están pensadas con la cabeza. Los caminos están pensados con el corazón. Sístole y diástole. Se está echando la noche. El corazón piensa. Piensa a toda velocidad. Toma atajos impensables que, seguramente, alguien ha tomado ya antes. Un paso detrás de otro, aparecemos como por casualidad en el nuevo cementerio de Cerler. No hay luz en la casita de chocolate. La verja está abierta. Veo la tumba de Cándido Güerri, la de su hermano Joaquín, y la de su hermana Milagros, y las de otros que conocían bien todos los caminos.