Geografías: Entrevista a Miguel Sanfeliu. Por Hilario J. Rodríguez (16/06/2009).

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Anónimos (Colección Vagamundos, Editorial Traspiés, 2009), de Miguel Sanfeliu, es un ejemplo de hasta qué punto el paso del tiempo acaba de perfilar lo que es buen cuento, de cómo un autor que revisa y reescribe, cincela y pule, acaba llegando a lo esencial de un estilo.  

Anónimos es una carta de presentación, una especie de biografía literaria que cubre distintos momentos de tu vida…

Podría verse así, teniendo en cuenta que los cuatro relatos que se reúnen en este libro fueron escritos en momentos muy diferentes. Entre el primero y el último puede haber una diferencia de más de quince años, así que supongo que, de algún modo, pueden reflejar matices, tanto en lo que se cuenta como en el que modo en que se cuenta, que correspondan con quién era yo en cada momento.
 
-El cuento ha sido tu medio natural, pero también has escrito novelas.

Sí, es cierto. Tengo en este momento dos novelas inéditas y tres libros de cuentos. Y ando metido con otra novela, aunque ahora la tengo un poco abandonada. Se puede decir que no suelen faltarme los proyectos. Siempre estoy dándole vueltas a algún texto, a alguna historia. Por lo general, la idea es la que suele exigir su extensión. Relato o novela, depende de la necesidad de lo que se quiere contar. Cada una tiene sus ventajas y también sus inconvenientes. Me gusta mucho el relato por su contundencia, su vértigo, el reto que plantea para el escritor, y también para el lector, pero también aprecio la novela por su idoneidad para profundizar en los hechos y los personajes. No obstante, también es cierto que cada vez soy menos paciente con las novelas que necesitan más de quinientas páginas para desarrollarse. Creo que vivimos en una época donde todo se ha acelerado y la novela supongo que evolucionará en ese mismo sentido.

-Durante años colaboraste con revistas literarias, ahora pareces centrado en tu blog, donde alternas relatos con críticas, opiniones y apuntes autobiográficos.

Es cierto que el proyecto del blog me ha absorbido de un modo irremediable. Es una de las experiencias más fascinantes que he tenido. El blog me ha ofrecido la oportunidad de conocer gente muy interesante, me ha proporcionado disciplina, rigor, autoexigencia… Llevo tres años escribiendo el blog Cierta distancia y eso ha sido para mí algo decisivo como escritor. La inmediatez de internet, la posibilidad de intercambiar opiniones con gente que sigue tu trabajo y te anima y con la que estableces una relación de amistad pese a que no la has visto nunca, es muy gratificante. De hecho, ahora, con la presentación de Anónimos, he tenido la oportunidad de poner cara a muchos de estos amigos, de transformar la amistad virtual en amistad real.
 
-Algunos de tus últimos textos han comenzado a registrar hibridaciones interesantes entre el ensayo, la ficción, la autobiografía…

Es un terreno que me interesa. Escribir es, en cierto modo, transformar la realidad, manipularla, jugar con ella, así que mezclar la experiencia personal, intercambiar datos reales con datos inventados, supongo que es la evolución lógica de ese juego.

-Tu obra suele tener un tono oral, como si lo importante fuese lo que se cuenta, no tanto la manera de contarlo.

Dicho así, parece que no me preocupa nada el estilo literario, cuando es precisamente todo lo contrario. Es verdad que el estilo que persigo es el que no se nota, que para mí es importante que la historia fluya de un modo natural, tiendo pues a un estilo despojado que requiere un concienzudo trabajo de reelaboración, de supresión, prescindir de muchos párrafos con los que te sentiste muy satisfecho en un primer momento. Por otra parte, me alegra que digas que mi obra tiene un tono oral. De hecho, leí en una ocasión (no recuerdo ahora dónde) que la prueba para comprobar si un texto funciona o no es precisamente leerlo en voz alta; y yo lo hago.

-Tu imaginación se nutre mucho de la televisión, el cine y el cómic, y en menor medida de la literatura.

No negaré la influencia del cine, la televisión e incluso el cómic, pero si hay algo indispensable en mi vida es la literatura, eso sin duda. Yo no sería quien soy sin Kafka, Camus, Chéjov, Baroja, Aldecoa, Medardo Fraile, Boris Vian, Celine, Cortázar, Bioy Casares, García Márquez, Vila-Matas, Hemingway, Scott Fitzgerald, Cheever, Carver, Richard Ford, Tobias Wolff, John Fante, Bukowski, Paul Auster, Lovecraft, Philip K. Dick, y etcétera, etcétera. Estoy seguro de que moriría en el acto si no tuviera un libro cerca. 

-Rehúyes la crueldad gratuita aunque usas la violencia bastante a menudo.

Este es un tema al que le doy vueltas últimamente. Supongo que uno escribe precisamente para averiguar por qué escribe, y que es cuando has acumulado cierto número de textos cuando empiezas a ver en ellos una serie de temas que podríamos llamar recurrentes. Al enfrentarme a mis historias en conjunto veo que, en efecto, la violencia es algo que está presente, de una u otra forma, en muchas de ellas. La violencia forma parte de todos nosotros y depende de las circunstancias que nos toque vivir que se manifieste más o menos brutalmente. Yo diría que la violencia que más me interesa es la que se produce de un modo soterrado, casi imperceptible, la crueldad, la indiferencia, actitudes que me parecen incomprensibles teniendo en cuenta que, en buena medida, ser quienes somos es una mera cuestión de azar.

-Más que un mundo, tu escritura desvela una personalidad.

Pues me temo que este aspecto no soy capaz de juzgarlo. Sin embargo, es cierto que a través de lo que escribo en el blog hay gente que ha llegado a conocerme asombrosamente bien. Habrá que admitir que también somos lo que escribimos.

-La mesura, la elegancia y la precisión son algunos de los rasgos que te caracterizan.

Ojalá. Me encantaría que fuera así. Nabokov decía que lo más importante a la hora de escribir son los detalles, así que intento cuidarlos y, por tanto, procuro ser preciso. Un detalle bien escogido puede dar sentido a un texto, humanizar un personaje, dotar de atmósfera un escenario. Hay un cuento magnífico de Ambrose Bierce que se titula El puente sobre el río
del búho
, en el que el personaje principal va a ser ahorcado en un puente. Entonces mira hacia abajo y se fija en una madera que parece bailar en la superficie del agua, sin apenas avanzar, y ese detalle es el que nos coloca definitivamente en el lugar del personaje. Es un gran cuento cuya acción en realidad abarca unos pocos segundos, absolutamente magistral. También recuerdo ahora un cuento de Francisco García Pavón titulado Servandín, en el que el breve comentario del final es el que da idea de la crueldad real del episodio que nos narra.

-El siguiente paso a la edición de un libro es…

Quién sabe. Tengo la sensación de haber dado un primer paso en una nueva dirección, así que supongo que lo lógico es intentar seguir avanzando y ver hasta dónde me lleva el camino.

  

MICRORRELATOS

Miguel Sanfeliu


 LA FOTO

                         La niña y su madre están solas en lo alto de una montaña. Han ido de excursión. Hace un buen día, muy claro, y un paisaje infinito, de una belleza inexplicable, de esas que se te meten en el pecho y parece que lo ensanchan, se extiende ante ellas.

                        La madre comenta que es un privilegio encontrarse en ese lugar, frente a ese paisaje tan increíble, y su hija le pide que haga fotos.

                        La madre lleva una cámara colgada al cuello. La niña se prepara para ser retratada. Se coloca con el paisaje a su espalda. No parece ser consciente de que se encuentra al borde de un precipicio. Mira a su madre e intenta sonreír mientras el viento le alborota los cabellos y el vacío cae tras ella.

                        La madre mira por el objetivo, buscando el mejor encuadre, y le dice que está muy guapa, le dice que siga sonriendo. Intenta conseguir la foto perfecta, aquella capaz de reflejar toda la solemnidad del lugar.

                        Comprueba, de pronto, que la imagen aparece un poco desenfocada por el visor y, sin pensarlo, le dice a la niña: hazte un poco hacia atrás, cariño.

 

 UNA MANÍA

                         Tengo una manía. Cuento los pasos. Cada vez que me desplazo andando a algún sitio cuento los pasos, una manía, no lo puedo evitar. Desde el portal de mi casa hasta el de la oficina hay, exactamente, trescientos veintisiete pasos, ni uno más ni uno menos; siete desde mi cama al cuarto de baño, doce desde mi dormitorio hasta la cocina, seis desde la cocina hasta el comedor, ciento quince desde mi casa hasta el quiosco de prensa de la esquina… Sin embargo, hoy ha ocurrido algo extraño, algo que me ha impulsado a dejar constancia por escrito de tan inusual suceso: hoy he contado, desde el portal de mi casa hasta el de la oficina, trescientos veintinueve pasos, no trescientos veintisiete como siempre, sino trescientos veintinueve, dos pasos más surgidos nadie sabe de dónde. He pensado en ello todo el día. La oficina no pueden haberla llevado más lejos, así que mis pasos se han acortado. Por eso dejo constancia por escrito de este hecho: porque tengo la impresión de que, a partir de hoy, la oficina va a estar cada vez más lejos.

 

 VENGANZA

             En octavo curso me hacía la vida imposible. Me tenía aterrorizado. Me ponía la zancadilla por los pasillos. Me llenaba la camisa de escupitajos. Me despeinaba. Me tiraba al suelo. Me bajaba los pantalones. Me levantaba de mi asiento y se sentaba él. Me quitaba la comida de la bandeja. Me empujaba. Me cogía la cartera a la hora de la salida y la lanzaba al centro del campo de fútbol… Así durante dos años. Y yo pasaba los días aterrorizado. Temblaba nada más verlo.

            Y ahora lo tenía frente a mí.

            Vestía un traje barato que le venía estrecho y me contaba que tenía una empresa, con varios trabajadores, que no quería despedir a nadie, pero necesitaba un crédito. Casi me estaba suplicando. Ni siquiera me había reconocido. Estaba sentado en el borde de la silla y se retorcía las manos. Me llamaba señor Director, con reverencia, y me pedía que tuviera la amabilidad de ayudarle, que estaba desesperado, que respondería con todos sus bienes, que no me arrepentiría… Y yo le escuchaba sin decir nada, con fingido interés, aparentando estar preocupado por su problema.

  

ESPEJISMO

                         Llovía con fuerza. Mi abrigo estaba empapado y el pelo me chorreaba por la frente. Mis pies estaban helados. Había abandonado el calor del hogar para ir en busca de algún estanco donde proveerme de tabaco: el maldito vicio…

                        Entonces la vi. Frente a mí, como un espejismo, una muchacha caminaba en dirección contraria a la mía. A su lado, un bonito perro. Era una chica joven, de rostro radiante, angelical, y largo cabello rubio que parecía flotar al ritmo de sus pasos, como ocurre en los anuncios de televisión. Su aspecto era frágil. Un cuerpo delgado y perfecto que parecía levitar a través de la lluvia. El agua acariciaba su pelo y ella trataba de ocultar su rostro entre las solapas de su cazadora. Yo había quedado hipnotizado, idiotizado. Ella irradiaba inocencia, belleza en bruto. Al acercarnos más el uno al otro pude distinguir su huidiza mirada y el color verde en sus ojos. No era muy alta. Avanzaba despacio, pero sus movimientos estaban impregnados de ligereza y femineidad.

                        Al pasar por mi lado, el perro dio un tirón.
Ella sujetó más fuertemente la cadena. Yo continuaba prendado de aquella muchacha. El perro hizo otro movimiento brusco y ella dijo, con tono enfadado:

                        -¡Coño, Bobby, estate quieto! ¡Hostia!

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