GUSTAVE KLIMT y los artistas pertenecientes al movimiento de la Secesión creían en el ideal de la Gesamtkunstwerke, «la obra de arte total», que era algo más que un intento de sintetizar las artes. Creían que la vida bien vivida y bien dotada, podía ser una obra de arte por derecho propio. En la actualidad vivimos en un estado líquido y caótico que, lejos de querer ordenarse, parece que tuviera tendencia al colapso. No creo que los tiros vayan por ahí. Soy un escéptico poco convencido. En todo caso, sí que me gustaría asistir al nacimiento de una nueva época marcada por el sosiego, tan deseable para la consecución de la felicidad como para la creación de cualquier obra de arte. Pero la felicidad, claro, casi siempre es un lugar resbaladizo, como lo es el concepto en el que se definen las obras de arte. Para que la obra y la felicidad permanezcan hay que aprender a quererlas, hablar con ellas y luego cuidarlas con tiempo y paciencia. Es decir, trabajo y humildad a toneladas. Lo contrario es ponerse los cuernos, engañar al arte y a la vida. Engañarse con la felicidad puede resultar patético, ingenuo o incluso dramático. Con el arte, siempre ridículo.