Indignaos con ¡Indignaos!
Decía Pedro Salinas en Aprecio y defensa del lenguaje que “no habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión del lenguaje”. En la actualidad ¿puede el individuo explicarse a sí mismo? En verdad se le deja que comprenda lo que lleva dentro, su circunstancia y cuanto le rodea si se nos muestran las ideas desde la manca y tullida expresión de un imperativo mensaje/titular, transformado con lectura posterior en coja y panfletaria palabra
A través de las columnas literarias de periódicos, revistas y suplementos culturales nos anunciaron a bombo y platillo el fenómeno editorial ¡Indignaos!, un bestseller nacido en el país galo con más de un millón de ejemplares vendidos en apenas cuatro meses. Algo verdaderamente meritorio si tenemos en cuenta que el libro (de apenas 30 páginas) es un manifiesto político, “Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica”.
Su autor, Stéphane Hessel, de 93 años, miembro de La Resistencia francesa, superviviente de Buchenwald, militante a favor de la independencia argelina y defensor de la causa palestina, este eterno luchador, único redactor aún vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, parecía, en principio, saber lo que se hacía cuando en un librito (con el simbólico precio en España de 5 euros y prólogo de José Luis Sampedro) incitaba a los jóvenes de esa generación acomodada o dejada para que emprendieran la revolución pacífica, para que digan “no”, se desperecen y cambien la indiferencia por la indignaciónactiva “pues se están jugando su libertad y los valores humanos”.
Creadas las expectativas y una vez comprado y leído el libro, una lluvia de ansiosos lectores dispuestos por fin a indignarse con savia y total entrega, abren los cuadernos de las redes sociales para comentar su desilusión; las fisuras de un discurso cuando menos vago y decepcionante no se hicieron esperar ya que, todo el contenido del libro de Hessel más que una obra literaria parece un artículo de opinión donde, no sólo no se aporta nada nuevo para el impacto real en la vida efectiva de los jóvenes y no tan jóvenes, sino que todo su alegato lo lleva adelante –y esto quizá sea lo más preocupante- con infantil abundancia de pobreza.
Quien les escribe se pregunta ¿a quién va dirigido realmente ese ¡Indignaos!? ¿Para qué léxico mental, qué perfil de la sociedad, qué joven? ¿Acaso para quien no vive por entero, no sabe encontrarse o no saben encontrarle porque NI estudia NI trabaja ni lee un periódico por que ‘tá muy “agustito” viendo en la tele grandes hermanos o pequeñas belenes? ¿O tal vez para esos pobres del mundo occidental siempre tan “ocupaos” de consumir como “alienaos”? ¿O será más bien este ¡Indignaos! esta pueril defensa a favor de la “superindignación” (en nuestro idioma te CArGAS una ERRE y descubres todo un paisaje y paisanaje de tonalidades marrones) ‘pa los educaos espabilaos en filas de paraos’?
Por favor, seamos serios: en un presente de imperativo social donde doctores como Frank Luntz, consultor político y entrenador de los líderes republicanos en EE UU, alecciona con gráfico realismo en La palabra es poder (casi 500 páginas) sobre los peligros lingüísticos que nos acechan no sólo ya en tiempo de elecciones, donde en vez de coche usado se aconseja que nos acostumbremos a decir ‘vehículo con dueño anterior’ y, cuando pretendamos pedirle un aumento de sueldo a nuestro jefe conviene decirle al bueno de nuestro patrón: ‘Imagínese si…’ es decir dialécticamente hagamos que comprenda las nefastas consecuencias que sufrirá su negocio si no nos sube el sueldo; cuando, en suma, se pueden decir todas las mentiras que se quieran con tal de que la gente las entienda como verdades… esperar que mediocres estudiantes de la ESO o licenciados universitarios desempeñando trabajos muy por debajo de su cualificación profesional y –lamentablemente- sumidos ya en la cotidiana mezquindad de este siglo XXI, encuentren razones para “coged el relevo, ¡Indignaos!”, es un fracaso no ya de invalidez caduca sino un no expresarse, un no vivirse, un absurdo avanzar a trompicones o, en palabras de Pedro Salinas: “Andar como un baldado incapaz casi de moverse entre pensamientos”.
Nieves Viesca es escritora.