Con este autor estamos ante una forma de entender y ejercer la tragedia profundamente erudita que recoge influencias de muchos autores, pero, fundamentalmente, se encuentra en él la manifestación contemporánea de la línea que, inaugurada por Sófocles, llega hasta Shakespeare. La política aparece como un juego de ambición y corrupción. Llegamos así a otro tema que me parece importante en la producción de este trágico, la cuestión de la impunidad, que también preocupara a autores como Sófocles o Shakespeare. La impunidad cuando el crimen queda fuera de la jurisdicción de las leyes, ya sea por situaciones políticas totalitarias, o porque los mismos gobernantes y magistrados (Egisto es un magistrado) tapan los crímenes o los cometen con la connivencia del orden establecido. La estrechez de la ley, su incapacidad para proteger o su disposición para la injusticia es un tema básico en la literatura y en la filosofía griegas que preocupó sobremanera a Eurípides y a los sofistas. Lo terrible de la ley es que lo que queda fuera de su alcance ni siquiera adquiere el rango de crimen.
Los hombres, como en las obras de Shakespeare, se ven constreñidos por multitud de ficciones y de máscaras que no les permiten darse cuenta de quiénes son realmente. Febres-Cordero nos presenta a multitud de personajes que se encuentran incapacitados para vivir en el presente, para asumir su existencia, su cuerpo; personajes que se refugian en ficciones y en mitos; personajes que no conocen a quienes les rodean, sino que les aplican ideas preconcebidas, les obligan a vivir sus propias fantasías. Se trata del problema filosófico de la intersubjetividad.
Ahora el Destino, como en Shakespeare, está unido al carácter. Metafóricamente incluso toma la forma de una enfermedad mortal, incurable e inexplicable. De la misma manera que en Sófocles, se condena a toda una sociedad que vive de espaldas a los dioses, una sociedad que ya no cree en nada y que ha perdido la vergüenza. Es cierto que Febres-Cordero recurre en ocasiones a argumentos tomados de Eurípides, pero la orientación es absolutamente sofóclea, a mi parecer. Los personajes de Febres-Cordero no se dan cuenta de nada, han pasado por la vida sin enterarse de en qué consiste, son Edipos modernos que ignoran todo acerca de su naturaleza propia y de la naturaleza del mundo. Es el problema de la existencia inauténtica, enunciado por filósofos como Heidegger. Su Egisto tiene mucho en común con el Edipo de Sófocles, salvo que Edipo al final aprende, mientras que Egisto es destruido.
Se trata de un autor muy complejo debido a su carácter, como ya señalé, extraordinariamente culto. No en vano, estamos también ante un autor que se ha dedicado en profundidad al estudio de lo trágico como género literario.
En definitiva, todo en su obra parece llevarnos a la búsqueda de una existencia auténtica basada en un proceso de adquisición de la autoconciencia, desde la cual puede hallarse una respuesta al problema de la sociedad y del poder político. “Volver a las cosas mismas”, un lema que muy bien podría presidir la producción de Febres-Cordero.
Tanto el dramaturgo venezolano como el trágico cubano Virgilio Piñera nos presentan a personajes que se enfrentan a la vida sin otros valores que aquéllos que necesitan para la supervivencia en su existencia más vulgar.
“Egisto: ¡Fuera de aquí, alma desgraciada! ¡A los dioses ya los enfrentaré cuando me llegue la muerte! ¡Mientras tanto, mientras me dure esta vida, que es mía, y en la que ordeno y mando y juzgo, haré lo que más convenga a mis intereses! ¡No le temo a tus amenazas! ¡Estamos hartos ya los hombres de los dioses! Si presido aún ritos sagrados, es tan sólo por los honores que me confiere y las prebendas que me supone y los privilegios de que me inviste. Mi razón y mi ciencia son todo cuanto necesito para vivir y alcanzar el bienestar, el único bienestar que me interesa: el que da la riqueza y el poder y el disfrute de los estragos de una negra pasión que hunde sus feroces garras en la más tierna cuna de la vida” (Febres-Cordero, 2002c: 163).
Ante estas palabras, no sólo recordamos al Edipo de Sófocles, sino también a la terrible y nihilista Electra de Virgilio Piñera. Pero Febres-Cordero no tiene ninguna intención de dejar las cosas en este punto.
“Boyero: […] así las frenéticas mujeres se avanzaron sobre el tembloroso cuerpo de Egisto. El espíritu huyó de la boca del hombre y un peso muerto golpeó el suelo, mientras las furiosas ménades descuartizaban el cuerpo, regando los trozos por toda la casa, echando sobre el patio las vísceras y lanzando al tejado los dedos de las manos y los ojos” (Febres-Cordero, 2002c: 170).
Egisto, como Edipo, pagará por su descreimiento. Mientras la Electra de Piñera se queda sola en su mundo sin dioses, en el que nadie la castiga pero en el que tampoco tiene a nadie junto al que vivir, Febres-Cordero optará por una salida esperanzadora que irá emergiendo en todas sus obras.
“Enfermera: ¿Sabes por qué no hiciste nada en tu vida? ¿Por qué “nada se te dio”? Precisamente por rechazar tu cuerpo. No estás en él. Y si no estás en tu cuerpo, ¿cómo pretendes realizar acción alguna? Lo tuyo es el alma nada más, por encima del cuerpo, ¿no es verdad? […]
Paciente: Morirás de lo que has vivido, de no darte cuenta Nadie a tu alrededor se dará cuenta de que te estás muriendo (42).
Penteo: Y no has hecho nada. ¡Nada! Nada que te justifique. Has tenido unas pretensiones enormes. Despertabas unas expectativas desmesuradas, pero nunca te sentaste a considerar que todo eso era una ilusión. […] Se trata de ser hombre entre hombres, y nadie es más que nadie. Es así (44-45). […] Pasaste por la vida despreciándola, lejano, perfilero y sin entrega. Era muy poco para ti la vida (46). […] Nunca aquí, nunca ahora, siempre allá, cada vez más y más allá, como si el futuro fuera una droga y te diera el mono. […] El cuerpo lo perdiste, Penteo. De tanto protegerte de sus alaridos, de sus heridas, de las emociones que lo sostienen en pie durante las tormentas, como a los árboles las raíces, se te fue. Mucho ir al gimnasio, mucho verse jovencito, mucha cremita, pero nada más. Pura apariencia” (Febres-Cordero, 2002a: 42-47).
Y parte de la esperanza la encuentra nuestro autor en la asunción de nuestra corporeidad. En este punto, Febres-Cordero parece estar apuntando dir
ectamente contra Piñera, autor que representa la más rotunda y absoluta negación de la carnalidad (pienso, sobre todo, en El No).
“Hernán: Aquí ya nadie cree en nada. Le toman el pelo al mismísimo Júpiter.
Álvaro: Y eso es a lo que le huye el hombre contemporáneo.
Hernán: ¿A qué?
Álvaro: A la muerte (335). […] Y es verdad que tanta negación de la muerte lo que termina provocando es que la gente se mate y se mate, sin razón siquiera. Por puro deporte” (Febres-Cordero, 2002f: 335-336).
De hecho, nuestro dramaturgo, parece partir en sus obras del panorama dibujado por Piñera en las suyas y, como éste, pone en relieve los más negativos aspectos de la vida social y familiar y del poder político, pero Febres-Cordero, al igual que un Sartre o un Heidegger, encontrará la salvación en la articulación de una existencia auténtica que permita reintegrar a los demás en nuestros diversos proyectos existenciales.
Febres-Cordero desea retomar una serie de valores que le permitan levantar un eje articulador que sirva de asidero seguro a los cimientos de la vida humana. Observamos en su obra un deseo de recuperar a los viejos dioses, pero también las viejas costumbres que consistían en contemplar al hombre como un ser carnal. Desde la autoconciencia de nosotros mismos, de nuestros peores y mejores capacidades, podemos articular una vida en sociedad mejor, más auténtica, que no consista en el simple apabullamiento de los otros. De la misma manera, el poder puede conocer límites si nosotros nos conocemos bien a nosotros mismos y a los demás
. Sólo se trata de comprendernos en toda nuestra complejidad, con nuestros demonios y nuestra valía. La autoconciencia, pues, representa la esperanza que Piñera fue incapaz de encontrar en su producción trágica. Si ninguna furia acude a castigar a la Electra de Piñera, las Erinias si acudirán a castigar a Egisto. La maldad de este protagonista no queda sin respuesta. Del mismo modo, Penteo tendrá que asistir a valiosas enseñanzas acerca de la importancia de su cuerpo para forjar una existencia bien proyectada; los hijos de Hernán se darán cuenta del terrible error que representa la farsa que cada día les obliga a ejercer su padre; y así tantos personajes que encontrarán en el conocimiento de sí mismos una salida perfecta para enfocar de forma más productiva y auténtica sus relaciones con el mundo y con los otros. Sí hay valores y sí hay salidas, nos recuerda Febres-Cordero. Si no las vemos es, simplemente, porque no nos damos cuenta.