Los años 50, revisitados, por Jorge Ordaz. 10/06/2009.

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La publicación el año pasado de Vía revolucionaria (1961) de Richard Yates y ahora la reedición de El hombre del traje gris (1955) de Sloan Wilson vuelven a poner de actualidad los años cincuenta del pasado siglo. De la novela de Yates vimos no hace mucho su adaptación al cine, realizada por Sam Mendes. De la novela de Wilson se hizo también una temprana versión cinematográfica, dirigida por Nunnally Johnson y protagonizada por Gregory Peck.

Frank y April Wheeler, los jóvenes protagonistas de Vía revolucionaria tienen muchos puntos en común con Tom y Betsy Rath de El hombre del traje gris. Todos ellos reflejan las contradicciones de la american way of life. Ambas parejas pertenecen a la clase media-alta, viven en urbanizaciones del extrarradio, en casas confortables con garaje donde guardan sus pontiacs o chevrolets. Los maridos trabajan como ejecutivos en grandes empresas de Nueva York. Las esposas son amas de casa que saben prepararles los dry martinis cuando llegan cansados de sus trabajos. Tienen hijos y parecen felices.

Sin embargo, detrás de esta luminosa fachada se oculta una realidad más oscura donde anidan los problemas: incomunicación, conformismo, insatisfacción, tortuosos recuerdos de la guerra, pérdida de valores… Es la otra cara del sueño americano. Las novelas de Yates y Wilson son, en este sentido, dos fieles radiografías de una sociedad y una forma de vida determinadas; dos miradas lúcidas y compasivas hacia una generación que le tocó vivir una época de opulencia y de temores.

En Estados Unidos los 50 son los años de las oportunidades de la era Eisenhower, del Hollywood glamuroso, de las charlas radiofónicas de Walter Winchell, del show de Lucille Ball en televisión, de los escándalos de Lolita de Nabokov y Peyton Place de Grace Metalious, de los beatniks y el rock.and.roll. Pero también son los años de la guerra fría, del anticomunismo, del maccarthysmo y de la discriminación racial.

Jonathan Franzen, en el prólogo a la presente edición de El hombre del traje gris (¿por qué no se ha aprovechado para traducir el título completo: El hombre del traje de franela gris?) apunta que “los años cincuenta fueron, al fin y al cabo, los que les dieron a los sesenta su idealismo. Y su rabia”. Estos años son ya historia; pero su recuerdo no solo no se ha desvanecido, sino que perdura con fuerza gracias a valiosos testimonios literarios de la época, como los de Wilson y Yates. 

 

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