No hay futuro sin pasado. Por Hilario J. Rodríguez. 16/01/2009

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¿Dónde sitúan las máquinas a los seres humanos? Hay quien dice que en ninguna parte. Según parece, nos convierten en parte de su engranaje. Sin darnos cuenta, nos transformamos en un amasijo de tornillos y tuercas, metal. Y si seguimos por este camino, quizás acabemos abrazando una nueva carne a través de la tecnología, como les sucedía a los personajes de Crash, la novela de J. G. Ballard. Sin embargo, yo me pregunto si podría darse el caso contrario: ¿podrían humanizarse las máquinas? También me pregunto si no han mejorado nuestra calidad de vida el teléfono, los medios de transporte y las computadoras. Y, siguiendo con las preguntas,  quisiera saber por qué en 2001, una odisea del espacio, la novela de Arthur C. Clarke, HAL-9000 tenía un comportamiento más propio de seres humanos que de una computadora.

 
Cine infantil y teconología
 

Muchas películas infantiles, como Toy Story (1995, John Lasseter), Buscando a Nemo (Finding Nemo, 2003) o Horton (Horton Hears a Who!, 2008, Jimmy Hayward), utilizan juguetes, animales, monstruos o coches como protagonistas. Los cineastas, en ese sentido, tienen muy claro que uno de los mayores problemas de la animación generada por ordenador consiste en proponer formas humanas que sean medianamente creíbles. Incluso en títulos como Los increíbles (The Incredibles, 2004, Brad Bird), donde los protagonistas son humanos, los personajes se ajustan a formas más caricaturescas que realistas. Pero nada de esto debería resultar axiomático. En el cine infantil no siempre se da más importancia a la tecnología que a las historias que se cuentan; las fuentes literarias siguen resultando imprescindibles.

La trilogía de El señor de los anillos, las series de Narnia y Harry Potter, Un puente hacia Terabithia (Bridge to Terabithia, 2007, Gabor Csupo) o Las crónicas de Spiderwick (The Spiderwick Chronicles, 2008, Mark Waters), son sólo algunos ejemplos de las deudas que el cine infantil y juvenil sigue teniendo con la literatura. Ni siquiera la literatura infantil y juvenil ha conseguido desembarazarse de sus deudas con la literatura clásica, por mucho que en los últimos tiempos se hayan ido proponiendo nuevas formas y argumentos. Una cosa es que las máquinas nos faciliten las cosas en el presente y otra muy distinta es que puedan pasar por alto todo lo que el pasado ha ido tejiendo a lo largo de los años.

 
Fantasía sin fantasía
 

Está claro que la fantasía puede ser tan convencional como la realidad cuando detrás de la tecnología o de un medio cualquiera, como el cine o la literatura, no hay un creador de verdad. La fantasía puede ser muy decepcionante si no consigue sacarnos de la rutina. De poco sirve que nos quieran vender fantasía para luego ofrecernos las mismas historias de costumbre y los paisajes que hemos visto mil veces con anterioridad. ¿Por dónde debemos buscar la originalidad y la capacidad de sorpresa que le suponemos a las películas fantásticas cuando en ellas no encontramos nada de verdad imaginativo?

A pesar de lo dicho, es preciso dejar claro que la culpa de un fracaso cinematográfico no siempre es de quienes se ponen detrás o delante de una cámara. Un fracaso, en ese sentido, puede deberse a la obsesión que tienen ciertos productores por explotar los filones de oro hasta que sólo sale carbón de sus túneles, repitiendo hasta la saciedad los esquemas de los blockbusters. Una película o un libro con éxito a veces dan pie a sagas y series sin pies ni cabeza. Desgraciadamente, hoy en día la industria cultural quiere hacer continuas franquicias aunque así sus productos, al poco tiempo, dejen de tener sentido.

 La infancia perdida
 
 El cine de Georges Méliès es, para bastantes cinéfilos, un paraíso perdido. También podrían serlo westerns o las luchas de Maciste el invencible. Está claro que al ver las películas infantiles y juveniles que se hacen en la actualidad es difícil resistirse a las comparaciones y los ejercicios nostálgicos. Cada uno de nosotros acude en defensa de la infancia que hemos vivido, de los libros que leímos y de las películas que vimos, despreciando las propuestas más recientes sin darnos cuenta de que quizás con ello estemos olvidando que ya no somos niños y en muchos casos tampoco jóvenes, y que los niños y los jóvenes de ahora pueden tener inquietudes y necesidades distintas de las nuestras.
 

 

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