NUNCA TAN POCAS LÍNEAS DIERON PARA TANTO
A propósito de una mesa rendonda titulada Las líneas de la mano y celebrada en Pravia (Asturias) el 6/12/2012
Por Manuel García Rubio.
Las líneas de «Las líneas de la mano» son muy pocas, menos que las líneas de la mano, pero dieron mucho de sí. Gracias a ese misterioso cuento de Julio Cortázar, que se encuentra en las Historias de cronopios y de famas, Armando Murias fue capaz de abrir y mantener un debate sobre la naturaleza del microrrelato, sus orígenes y su futuro, que resultó vivo y profundo; tanto que se fue de tiempo y de lugar, pues pervivió más allá de las paredes de la biblioteca de Pravia. Junto al moderador, ocupaban tribuna, si puede decirse así, Jorge Ordaz, Manuel Herrero Montoto y quien esto escribe. Cada uno expuso su interpretación del cuento de Cortázar y los valores que le atribuía.
Para Ordaz, Cortázar es un escritor de referencia y se le notó en el entusiasmo con el que apuntó sus impresiones. No puedo menos que recordar su Gabinete de ciencias asturales, nítido homenaje al autor argentino, que escribió a cuatro manos con Juan Luis Martínez, y que para mí representa la piedra fundacional de la narrativa moderna en nuestra región, el eslabón entre los escritores asturianos que tuvieron que sufrir su oficio bajo la dictadura de Franco y los que nos subimos a sus lomos para seguir en la brecha. Al menos en mi caso, ese libro, junto con Prima Donna, también de Jorge Ordaz, y El asesinato de Clarín y otras ficciones, título freudiano donde los haya, de Francisco G. Orejas, fueron los que me llevaron a creer que escribir en Asturias, y hacerlo muy bien, era una posibilidad venenosamente atractiva.
Manolo Herrero es más de Cunqueiro que de Cortázar, pero diseccionó «Las líneas de la mano» con maestría de cirujano y humor inteligente y socarrón, el que a mí más me gusta, ese que Rafa Reig reivindica como humor atlántico, el que no impone la carcajada sino que la propone mientras te obliga a reflexionar. Lea Omara, la trapecista quien quiera ampliar información o aspire a nota. Herrero concluyó que el relato de Cortázar hablaba de la eternidad, y lo hizo de una forma muy gráfica, extendiendo la línea de la vida de su mano izquierda a lo largo del brazo, ayudado de un bolígrafo a modo de bisturí.
A mí, el cuento de marras (¿qué diablos significará «de marras»?, se preguntaría Juan José Millás, el mejor microrrelatista español según mi criterio) me produjo desconcierto, esa sensación de no saber ante qué realidad te encuentras. No lo había pensado hasta entonces, pero llegué a la conclusión de que el relato hiperbreve tiene más de poesía que de narración. Aquí, el impacto de las palabras por sí mismas, su sonoridad, su textura, su capacidad para la sugerencia son más importantes que el quién, el qué, el cómo y el cuándo de una historia. En mi vida, solo escribí dos microrrelatos, tantos como poemas. No valgo ni para lo uno ni para lo otro, y, si por algo será, no toda la culpa ha de ser mía.
La sala se animó cuando Armando Murias invitó al respetable a intervenir. Las hordas de escritores que llenaban el foro se lanzaron en tromba a mirar el asunto desde todas sus aristas, desafiantes, atrevidos, inteligentes, aunque, al final, dejaron a todos los títeres con sus cabezas. Lo de nuestro acendrado cainismo es una leyenda injusta. Salieron a relucir Poe, Onetti, Chejov, Horacio Quiroga y, por supuesto, Cortázar, entre otros muchos. Y quedó en evidencia que España no ha sido llamada por el camino del cuento, por más que nuestra realidad financiera lo desmienta. Se salvó Ignacio Aldecoa y, de los vivos, nuestro Pepe Monteserín, que tomaba notas como un poseso, acaso preparando algunos de sus microtextos para La Nueva España, imprescindibles para quien quiera enterarse de qué va la cosa.
O sea, que nunca tan pocas líneas dieron para tanto. De verdad.
Manuel García Rubio es escritor. Acaba de publicar La casa en ruinas, Premio Ciudad de Salamanca de Novela 2012.