Todo empezó con Peter Handke, como tantas otras veces, con uno de esos libros que siempre me estimulan a confíar en mis sentimientos y en mi experiencia más que en los criterios prefijados por la moda, Pero yo vivo solamente de los intersticios. Decía el escritor austríaco que para él siempre habían sido importantes los lugares y enumeraba los suyos favoritos, en su país o en otros países, también en España. Hacía también un lento recorrido a lo largo de toda su obra. Para mí también son importantes los lugares. Aunque nunca termine de sentirme parte de ellos, hay sitios que me cambian la vida: una playa en Gran Canaria, unos jardines en Sevilla, una plaza en Marrakech, Gijón. Últimamente hay uno en especial que recorro cada día, el que va de las casas donde vivo a Aracena, por la carretera de Alájar. Cada mañana, antes de las ocho, bajas hacia el pueblo y la imagen del castillo es cada día diferente: con el rojo que lo envuelve todo cuando aún no ha amanecido o la niebla densa que te lo va mostrando poco a poco. A veces no te fijas, pero en la mayoría de las ocasiones sí está ahí. Me hace sentir, usando las palabras de Manuel Vicent, que cada mañana bajamos a inaugurar el mundo. Hace ya seis años que habito ese lugar. Las palabras cambian; las expresiones pueden ser diferentes, más o menos maduras, más o menos hermosas; el sentimiento siempre ha sido el mismo.
Como últimamente el insomnio apenas da tregua –algún día hablaremos del insomnio, de las largas noches en el castillo, de cómo se ama más cuando se duerme menos- me asomo a libros, a películas que en su momento me gustaron y siempre me ofrecen algo nuevo. Ayer fue el turno de Smoke, el precioso cuento de cuentos de Wayne Wang, basado en la novela de Paul Auster. En realidad todo se debe a que estoy planteándome dejar de fumar y me preocupa. Cuando se me pasa por la cabeza una idea tan descabellada necesito algo que me disuada y qué mejor que esta historia de fumadores que conversan sin cesar. Harvey Keitel es siempre un seguro y William Hurt, si no sobreactúa, también puede serlo. Hay una escena que ya cas i tenía olvidada: Auggie, el personaje de Keitel, todas las mañanas saca una foto de la esquina donde está su estanco. Es su lugar. Para él también son importantes los lugares. Hace ya varios años que lo hace y le enseña orgulloso los albumes a John —Hurt— que inicialmente pasa las páginas muy rápido. Dice: “Son todas la misma foto”. Auggie le sugiere que las pase más despacio y así John irá viendo que, efectivamente, cada foto le ofrece el mismo lugar, pero también que siempre es diferente: la luz, las personas, algún coche, la música. Sí, también hay música en las imágenes que nacen del alma. Si yo hubiera hecho lo mismo que Auggie estos años, una foto cada día de mi camino, John no habría pensado nunca que se trataba de la misma foto. Y yo solamente hace seis años que lo habito. Los que tienen algo más de experiencia, los más viejos del lugar, ya ni quieren pasar por mi lugar. Les duele demasiado. Han construidos casas horribles a ambos lados de la carretera. He pensado que quizás antes soñaba y el lugar que yo recuerdo nunca fue real, y he recurrido a la Breve guía de lugares imaginarios, de Alberto Manguel, editada por Alianza, pero no, con desolación constato que pasa de la Isla de los Aparecidos al Castillo de la Arboleda de los Fresnos. Se salta Aracena o Aracenilla. Leo un artículo de Juan Bonilla sobre Ring Lardner, uno de los guionistas expedientados por McCarthy y su Caza de Brujas. En las sesiones de los juicios, le preguntaron si había pertenecido o si aún pertenecía al Partido Comunista Americano. Dijo que sentía que si respondía a esa pregunta “me odiaría cada mañana”. Un héroe. Las personas dignas son héroes. No hay demasiados héroes en estos tiempos, por eso cambian tanto algunos lugares. Al menos, la imagen del castillo no me la tocarán. O eso espero. Mientras tanto mi sitio está junto a los ojos más tristes, más hermosos, que conozco.