Parodia que algo queda.
En la portada de la última obra de Luis Artigue (León, 1974) se puede leer en un apunte entrecomillado que se trata de «una novela negra, psicológica y de alterne». Bueno, es una forma de verlo, porque para quien suscribe, una vez llegado al final del libro se me impone la certeza de que el aviso es inexacto. Y esto me parece así porque Club La Sorbona (reciente Premio Miguel Delibes de Narrativa 2013) contiene sin prejuicios ni tapujos todos los elementos sustanciales de una parodia carnavalesca que se demora, y caracolea, en una burla constante. La imitación como recurso, en manos de Luis Artigue y para este caso, consigue elevarse por encima de la propia historia que dibuja con una larga voluptuosidad, hasta lograr ensañarse sutilmente con las claves nigérrimas que conforman el núcleo del propio género negro. Ya sea con la crítica a la sociedad, la hipocresía social, las trampas de las mujeres fatales o los antihéroes, la vuelta de tuerca en Club La Sorbona está asegurada hasta el final, o precisamente en el mismo final. Aunque otra cosa es que la tuerca se ajuste bien al tornillo y éste funcione, asunto que lógicamente queda en manos de cada lector.
» Club La Sorbona es una novela diseñada
para una ejecución conspicua.
Con todo, Club La Sorbona es una novela diseñada para una ejecución conspicua —en ocasiones morosa— donde los personajes, tomados en bloque, juegan un papel secundario si los comparamos con ese otro gran personaje que conforma el paisaje, el ambiente y el significado de Violincia, trasunto geográfico de un territorio global que, en esencia, pretende ser casi cualquier lugar de la civilización occidental y que el autor llena de complementos descriptivos en cada ocasión que se le presenta, ya sea a través de Lauro Arrabal o de cualquier otro personaje: malditismo y culpabilidad social (p.141), pueblo de la salud (p. 202), cainita y precario en urbanidad, de gente fascinante y empleos inverosímiles (p. 237), un pueblo venial que es un resumen del mundo (p. 233).
» La verborrea lúdica es un recurso más
para mayor resalte de Violincia
En cuanto a los personajes, parece que la verborrea lúdica de alguno de ellos —Arnau, Mr. Tatel, el Alcalde o el propio Lauro Arrabal— constituye un recurso más para mayor resalte de Violincia, quedando algo desprotegido el flanco femenino, ya sea por la voz del narrador o por las líneas menos firmes aunque más llenas de peripecias afectivo-sexuales que el autor les dedica, en comparación con sus compañeros de reparto.
Si bien el resultado general complace (el uso valiente de diversas técnicas narrativas, los flecos poéticos, la urdimbre inicial, la alegría léxica, etcétera), conviene advertir —sin entrar en juicios o valoraciones— un gusto por el exceso en la enumeración, en las interjecciones y en la adjetivación. Además, ciertas derivas argumentales ya sean de carácter psicosexual o sociológico (p.120) así como idealizaciones en la función social de las meretrices en la salud pública, pueden resultar ingenuas en exceso. Es posible entender que ello esté justificado por la necesidad que se deriva del recurso paródico que Luis Artigue domina y expone sin complejos (por ejemplo en la p.209, primer párrafo: la mofa de la historia sin contar y el caso sin resolver a estas alturas de la jugada), siguiendo o al menos teniendo en cuenta la tradición paródica: desde la griega hasta Cervantes y el siglo de Oro, pasando por todas las influencias que el propio Artigue esté dispuesto a declarar. Al fin una historia que puede resultar desconcertante (p. 274) tal y como le parece a ese detective privado que es Mr. Tatel, pero que satisface por el riesgo refinado que el autor asume al tratar de dotar a la ficción de una verosimilitud que se ancla en una realidad múltiple.
» Más sutil que desopilante, más rica en matices que en verdades
y más consistente en el lenguaje que en verosimilitudes o peripecias.
Ciertamente no es un libro para todo tipo de lector, pero si alguien desea encarar este verano con una entrada fresca y ligera hará bien en transitar sus páginas con la levedad que la estación aconseja. Así, Club La Sorbona se define mejor como una novela más sutil que desopilante, más rica en matices que en verdades, más consistente en el lenguaje que en peripecias o verosimilitudes. Al fin, la industria de ese vaivén febril entre la realidad y la ficción que unas veces llamamos entretenimiento y otras imaginación y literatura, según. Y al cabo, el delirio, que al igual que ocurre con el relato de ciertas fantasías, es un error necesario, tal como apuntara y demostrase Carlos Castilla del Pino, que de estos asuntos sabía un rato.
Javier Lasheras es escritor