“Quid pro quo” . Por José Ángel Ordiz.16/01/2009

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No me gusta comenzar por el principio. Por el principio comienza la vida, y luego, además de recurrir al mismo final, impera el desorden en la mayoría de sus textos existenciales, tan monótonos por lo común. Y ya lo advierte uno de los múltiples personajes de Los libros arden mal (Manuel Rivas, editorial Alfaguara, 2006): Lo importante es no aburrir.

No aburrir con jactancias o penurias. No aburrir con lo que se cuenta de palabra o por escrito.

Algunas editoriales, saturadas de manuscritos, sostienen que es mayor el número de escritores que el de lectores. Algunos críticos, cansados de leer mediocridades, estiman que es menor la calidad de los textos de autores actuales que las creaciones de autores pretéritos. Exageran, claro. Y la exageración, en su engaño, puede beneficiar al arte (de nuevo Rivas, de nuevo Los libros arden mal), aunque se queda en puro exceso fuera de lo artístico. Exageran al desahogarse. Y podrían desahogarse sin exagerar. Sostener o estimar simplemente que se publica demasiada basura, por una u otra razón, y que esa basura resta brillo a las obras que deberían brillar más; a esas obras que sólo brillarán más en el futuro, cuando el tiempo haya quemado la broza de los libros prescindibles. Pero sostener o estimar que se publica demasiada basura culparía a esas editoriales y a esos críticos, por lo que prefieren asirse a la exageración y restarle valor a las matemáticas: hay más escritores y escritoras que nunca, es cierto, y por eso mismo, por simple estadística, alguno y alguna habrá entre ellos y ellas que posea la calidad de los predecesores y de las predecesoras, de los clásicos y de las clásicas del ayer.
 
Entre basura descubrí yo Los libros arden mal. Por el grosor embustero de la novela, impresa en papel reciclado. Luego la compré por el grosor real, mucho más flacas las obras anteriores de Rivas. Pensé: el gallego se ha aplicado a fondo en esta ocasión.
 
Sí, una delicia cada una de las noventa y pico historias entrelazadas de extensión variable y sucesión no menos desordenada que en el laberinto rayuelescode Cortázar o que en el de vida.

Una delicia para mí, no para un tipo al que se la recomendé. El tipo me preguntó: Por qué no la escribió como dios manda, por qué tiró piedras contra su propio tejado con semejante caos.

No lo sé (se pierde uno, es verdad; no hay en ella, como en Rayuela, instrucciones de uso, aunque tiene la ventaja de que es obligada la relectura, con lo que pagas lo mismo por dos, tres, cuatro libros). A Rivas no le saldría de los cojones del cerebro escribirla de otro modo. Qué sé yo.

Bueno, algo sí sé: que en las guerras mundiales o civiles (léase inciviles) se queman libros (aunque ardan mal), y que de esos libros quemados nacen otros, entre ellos los que en nada desmerecen a los que ardieron, los clásicos del mañana.

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