El pasado 10 de enero se cumplieron siete años del fallecimiento del escritor asturiano Fernando López Quirós. Es muy posible que hoy en día su nombre no diga nada a la mayoría de lectores. No es de extrañar si tenemos en cuenta que a partir de los años ochenta del pasado siglo López Quirós había dejado prácticamente de publicar, aunque no de escribir. Además, la noticia de su muerte pasó totalmente inadvertida y, que yo sepa, ningún periódico se hizo eco de ella.
López Quirós nació en La Felguera en 1931. Desde muy joven se sintió atraído por la escritura, pero no fue hasta su traslado a Barcelona en los años cincuenta, por motivos de trabajo, que esta afición se convirtió en auténtica pasión. Se dio a conocer en 1960 con la novela El tremedal, publicada por Ediciones Rumbos de Barcelona. Esta obra mereció una elogiosa reseña en el diario La Vanguardia, que terminaba diciendo: “Una novela escrita con un verismo patético y sobrecogedor, en una prosa diáfana y elegante, circunstancias, todas ellas, que pocas veces se dan en la primera obra de un escritor.”
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De regreso a Asturias a finales de los años sesenta, López Quirós se estableció en Pola de Siero, de donde ya no se movería. Aquí publicaría – a costa del autor, pues no encontró editor para ellas- La caída (1970) y ¡Párame si puedes, Dios…! (1978), dos novelas en las que se hacen patentes sus preocupaciones morales y religiosas, a través de un tratamiento realista, descarnado, de conflictos espirituales y existenciales.
A su muerte dejó varios originales inéditos, algunas poesías, una comedia, Juan sin Medios, y varias novelas, como Los pozos del miedo, ambientada en la cuenca minera que le vio nacer. En los últimos años abandonó la ficción para centrarse en la redacción de ¡Roma!¡Roma!, un voluminoso tratado apologético de su fe evangélica.
Era una persona culta, de trato afable y un gran conversador. Llevaba la literatura en la sangre. Como me dijo en una de las últimas ocasiones que hablé con el: “Con éxito o sin él, escribir ha sido mi vida”.