Sartre y la libertad: sobre filosofía y literatura. Por Violeta Valera Álvarez. 29/01/2009

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Quisiera realizar, en este pequeño ensayo, un análisis de las complejas relaciones que unen a la filosofía y a la Literatura. Para ello voy a abordar una obra literaria de Sartre como es La náusea (uso la edición de Alianza editorial), tomando como referencia sus obras filosóficas, El ser y la nada y la Crítica de la razón dialéctica.
 
Al acercarnos a la novela lo primero que llama la atención es el vehículo que Sartre elige para su relato: el protagonista escribe un diario íntimo. Roquentin comienza la redacción de su diario movido por la sensación de que algo en su vida se le está escapando. Digamos que el protagonista de la obra no está haciendo otra cosa, ni más ni menos, que llevar a efecto lo que Sartre explicitará pocos años después en El Ser y la Nada. En esta obra nuestro filósofo intentará dar una respuesta al problema del hombre contemporáneo. A tal fin elaborará una ontología, es decir, un análisis de las cosas que son. Su ontología partirá de una categoría básica: el ser-ahí heideggeriano que fundamentalmente consiste en conciencia, cuerpo y acción.
 
Teniendo en cuenta todo lo dicho pretendo dejar claro el paralelismo existente entre el diario de Roquentin en La náusea y la ontología del ser-ahí en El Ser y la Nada. ¿No es acaso un diario la forma más efectiva en que un hombre puede ir describiendo su yo y su mundo?, ¿no es acaso un diario una perfecta ontología de uno mismo? La diferencia fundamental entre ambos planteamientos es la cuestión de la perspectiva, aunque sea de una manera artificial y ficticia. En el caso de Roquentin estamos ante una conciencia que vuelca su análisis sobre ella misma, mientras que en la obra posterior se tratará de un análisis abstracto y general del ser humano. Puede parecer que este detalle es irrelevante pero lo dejo caer aquí porque, como veremos al final de este escrito, se convertirá en un detalle absolutamente esencial.
 
En ambas obras, desde luego, lo que está claro es que la “decisión” es algo fundamental. La “elección” es algo absolutamente primordial en la vida de Roquentin. Es seguro que lo que ha llevado a nuestro protagonista al lugar vital y geográfico en el que se encuentra al comenzar su diario ha sido una decisión en cuyo origen ha podido estar una necesidad de evasión y escape ante un pasado que aún le cuesta asimilar. Buena parte de las reflexiones del protagonista tienen como centro su pasado: sus viajes (¿pueden ser llamados aventuras?), su ex-compañera Anny… incluso hay ocasiones en las que recrea los diálogos del pasado de tal forma que puede llegar a inducir cierta confusión en el lector. La “decisión” es también una categoría fundamental en El Ser y la Nada, en la más pura tradición de Ser y tiempo. La vida del hombre obedece siempre a un proyecto fundamental que configurará en última instancia su identidad y que es fruto de una elección y decisión originarias. El hombre decide lo que quiere que su vida sea en base a su auto-conocimiento como ser absolutamente libre. Pero si todo fuera tan fácil, la náusea que siente Roquentin no tendría cabida en la vida de los hombres: ¿qué angustias podrían acechar a un hombre absolutamente libre que planifica la existencia como si fuera una simple prolongación de su esencia?
 
El problema surge cuando el hombre constata que su existencia se desarrolla en el seno de una contradicción irresoluble: la radical contradicción entre su existencia absolutamente determinada y condicionada frente a su autoconciencia como ser absolutamente libre, incondicionado e indeterminado: la percepción de la propia esencia (libertad) choca con la verdad de la existencia (determinismo). ¿Es esta contradicción la que produce la náusea? En cierta manera sí. Roquentin empezará entonces a tomar conciencia de la absoluta contingencia de todo y de la falta de sentido de un mundo donde la existencia no responde a nada esencial, un mundo en el que sus decisiones, sus elecciones, no encuentran traducción existencial, un mundo en el que esencia y existencia están condenadas a enfrentarse; quizás es la búsqueda de un sentido lo que le precipitó a la escritura de su diario.
 
Leyendo la obra detenidamente una tiene la impresión de que las náuseas que siente el protagonista no son siempre de la misma clase. La náusea es un sentimiento, un sentimiento que desvela algo a Roquentin, pero, dependiendo de lo desvelado, vendrá acompañada de sensaciones muy distintas. Explicaré esto con mayor detalle.
 
En una ocasión, la náusea que siente el protagonista es la antesala del descubrimiento de la EXISTENCIA. Entonces al malestar primero le sigue una sensación de gozo, de aventura, de plenitud y de felicidad:
 
“Nada ha cambiado y, sin embargo, todo existe de otra manera. No puedo describirlo; es como la Náusea y, sin embargo, es precisamente lo contrario: al fin me sucede una aventura, y cuando me interrogo veo que me sucede que yo soy yo y que estoy aquí; soy yo quien hiende la noche; me siento feliz como un héroe de novela” [74].
 
“Todo se ha detenido: este cristal, ese aire pesado, azul como el agua, esa planta carnosa y blanca en el fondo del agua, y yo mismo, formamos un todo inmóvil y pleno; soy feliz” [76].
 
Los sentimientos son de plenitud, felicidad y armonía. Además, de acuerdo con lo que se dirá más adelante en El Ser y la Nada, la existencia toma la forma de una intuición que sólo puede ser captada en un sentimiento:
 
“Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente: los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos” [169].
 
Si lo esencial es la contingencia, lo contingente somos los hombres. Nuestros deseos, nuestros proyectos, nuestros planes y sueños se mueven siempre en la contingencia, en la fragilidad, se encuentran siempre amenazados por la rotundidad de la existencia. El texto anterior es ideal para hablar del otro tipo de náusea que siente el protagonista. Esta náusea no es el preludio del descubrimiento de la existencia solamente, es el preludio del descubrimiento de la existencia como algo que está “de más”, como puros fenómenos tras los cuales no se oculta nada. Ahora los sentimientos cambian, ya no son de felicidad, sino de angustia, de desesperanza, de muerte:
 
“Una especie de inconsistencia de las cosas […] De modo que esos objetos sirven por lo menos para fijar los límites de lo verosímil. Pues bien, hoy ya no fijaban absolutamente nada; era como si su misma existencia fuera dudosa, como si les costara el mayor esfuerzo pasar de un instante al otro […] Nada parecía verdadero; me sentía rodeado por una decoración de papel que podía sufrir un brusco transplante. El mundo aguardaba, reteniendo el aliento, haciéndose pequeño; aguardaba su crisis, su Náusea [
…]” [101,102].
Nuestro personaje es un hombre atrapado entre el pasado y el presente. Su vida se ve constantemente arrinconada por sus recuerdos y su trabajo consiste en la investigación de un personaje del pasado, el señor de Rollebon, un personaje muerto cuyo ser depende únicamente de la investigación que lleva a cabo Roquentin, de la misma manera que éste usa a aquél como recurso escapista. El problema está en que una existencia no se puede fundamentar en el no ser; el hombre debe enraizar su existencia en un presente, está condenado a actuar constantemente en ese presente. La ética de Sartre es una ética de la acción: hay que actuar y todo intento de evitación de tal deber está condenado al fracaso (vivir en el pasado, huir y refugiarse del mundo, éstas son opciones que no llevan a ningún sitio). Éstas son las circunstancias que llevarán a Roquentin a tomar una serie de decisiones:
 
– El abandono de su estudio sobre el señor de Rollebon. Una vez liberado de tal trabajo el protagonista experimentará la existencia en toda su plenitud porque habrá empezado a decidirse por el presente. La existencia inundará ahora toda su vida desde su yo corpóreo hasta los objetos exteriores:
“El señor de Rollebon era mi socio: él me necesitaba para ser, y yo le necesitaba para no sentir mi ser. Yo proporcionaba la materia bruta, esa materia bruta que tenía para dar y tomar, con la cual no sabía que hacer: la existencia, mi existencia. Su parte era representar. Permanecía frente a mí y se había apoderado de mi vida para representarme la suya. Yo ya no me daba cuenta de que yo existía, ya no existía en mí sino en él; por él comía, por el respiraba, cada uno de mis movimientos tenía sentido fuera, allí, justo frente a mí, en él; ya no veía mi mano trazando las letras en el papel, ni siquiera la frase que había escrito; detrás, más allá del papel, veía al marqués que había reclamado este gesto, cuya existencia consolidaba este gesto. Yo era sólo un medio de hacerla vivir, él era mi razón de ser, me había librado de mí, ¿Qué haré ahora?” [128].
 
– El cierre definitivo de su pasado. Ahora es el momento en el que el protagonista deberá zanjar las cuentas pendientes y, sin duda, la más importante de todas ellas es Anny, personaje recurrente en la obra. Anny es un constante presente ausente y Roquentin debe tomar una decisión respecto a ella: o presencia o ausencia. Para tal decisión resulta definitivo el encuentro que tiene lugar entre ellos. Cuando ambos se vuelven a ver las cosas han cambiado mucho. El protagonista de nuestra historia ha culminado su decisión definitiva por la existencia y por el presente, mientras que Anny irremediablemente ha acomodado su vida al pasado.
 
El viaje existencial de Roquentin ha llegado a su fin, el personaje cierra su diario con una radical decisión por la vida y, consecuencia de ello, su labor literaria tomará también un nuevo giro, ahora su escritura tendrá por objeto su propia vida.
 
Tras este análisis quisiera ahondar en una cuestión fundamental que se encuentra en la base de todo el planteamiento de Sartre: la imposibilidad de conjugar existencia y libertad.
Sartre constata que en el hombre la existencia y la libertad se hallan situadas en planos absolutamente contradictorios, engendrándose así, en el mismo seno del hombre, una contradicción insalvable. Lo más problemático del asunto es que el concepto de libertad se entiende, en la primera filosofía de Sartre, como unido a la toma de decisiones incondicionadas, indeterminadas y absolutas.
 
En este sentido, la filosofía de Sartre en El Ser y la Nada toma la forma de un diagnóstico, de una pura descripción: el hombre ha desarrollado en su propio seno una contradicción. No ocurre igual en La Náusea, obra en la que asistimos a la resolución de esa contradicción y a un intento de recuperar a ese hombre que, contaminado por el pensamiento burgués, ha llegado a confundir lo más fundamental de sí mismo, la libertad, con la libertad de mercado donde, y esto sí que es un ejemplo perfecto de la falsa conciencia marxiana, cada hombre elige todo lo que desea y lo adquiere.
 
La Náusea ofrece una resolución a la contradicción que Sartre nos mostrará en El Ser y la Nada. Roquentin es el camino hacia la disolución de la contradicción: no se trata de ser Dios y lograr una libertad absoluta que nos permita decidir sobre toda nuestra existencia, sino que se trata de comprender que el hombre es, existe, en el mundo y en el presente y si algún sentido tiene hablar de libertad es asumiendo que la libertad consiste en una acción teleológica (el télos sigue estando en función de la decisión originaria de cada hombre) ejercitada en el presente, esto es, una acción encaminada a conseguir un determinado objetivo pero que debe tener en cuenta toda una serie de circunstancias que no dependen del control del hombre y que ya conformaban el mundo cuando aquél empezó a elaborar su proyecto fundamental. Es el camino que va desde el idealismo existencialista al materialismo dialéctico de corte marxista. Ahora la libertad se da en la necesidad, la esencia se desarrolla en la existencia, la contradicción se ha disuelto.
 
La Náusea nos ofrece una salida. La contradicción se disuelve cuando Roquentin asume que tanto su existencia como su libertad sólo tienen sentido en un presente y en un mundo que escapa a su control. El reto nos es ser Dios y ser absolutamente libre existiendo, el reto es lograr hacer triunfar nuestro proyecto de vida en un mundo heredado que no hemos hecho nosotros.
 
“Siento que algo me roza tímidamente, y no me atrevo a moverme por temor de que se vaya. Algo que ya no conocía, una especie de alegría. La negra canta. ¿Entonces es posible justificar la propia existencia? ¿Un poquito? Me siento extraordinariamente intimidado. No es que tenga mucha esperanza […]
 
¿No podría yo intentar…? Una novela. Y la gente leería esa novela y diría: la escribió Antoine Roquentin, era un individuo pelirrojo que se arrastraba por los cafés; y pensarían en mi vida como yo pienso en la de esa negra: como en algo precioso y semilegendario” [225, 226].
 
Nuestro protagonista por fin ha comprendido: la náusea era algo por lo que debía pasar para poder llegar a una existencia auténtica, a saber, una vida vivida en presente, de la cual sabemos que no posee ningún sentido, pero que en cierta manera sí puede poseer un significado para nosotros mismos y para los demás, un significado que se debe buscar en la acción. Quienes no han sentido nunca la náusea viven engañados (Sartre nos presenta en su novela varios de estos personajes: los profesi
onales, los que lo revisten todo de derecho, quienes creen que la existencia depende de un ser necesario que además es causa sui,…), pero quienes la sienten en toda su crudeza y abren bien los ojos a todo lo que la náusea les va a desvelar pueden llegar a una existencia auténtica, sin engaños, y no por ello más vacía que la de los otros.
 
La Náusea nos muestra el camino que va de la ontología a la ética y la moral. Lo que empieza siendo un preguntarse por las cosas acabará desembocando en un proyecto de vida, una decisión salida de una vocación (la de escribir), y, al fin y al cabo, una existencia, la del protagonista, que acabará saliendo de sí misma para encontrar en los otros un punto de referencia ante el cual poder llegar a dar un mínimo de sentido a esta dialéctica que es la vida.
 
La Náusea (1938) es una obra anterior a El Ser y la Nada (1943), pero ambas se encuentran, por así decirlo, en la misma época de la filosofía de Sartre. La Crítica de la razón dialéctica (1960), en cambio, es unos veinte anos posterior a la última de las dos anteriormente citadas. Es curioso, pero la Idea de Libertad que Sartre expone en La náusea difiere, a mi juicio, de la que teorizará en El Ser y la Nada y se acerca en cambio, aunque sin alcanzarla, a la que expondrá teóricamente y unos 20 anos después en la Critica de la razón dialéctica. Esto no deja de sorprenderme y me parece una anomalía filosófica ciertamente apasionante, ¿cómo puede darse tal circunstancia?, ¿será que el tratamiento literario de la Idea de Libertad supuso una aportación que, en el tratamiento filosófico de la misma Idea, le pasó desapercibida al propio Sartre? Todo parece indicar que sí.
 
Esto nos lleva a preguntarnos por las relaciones entre filosofía y literatura no sólo por lo que respecta a su impacto en el público-lector, como lo hiciera Schiller al hablar de una educación estética del hombre, sino también en lo que respecta a la esencia misma de las Ideas filosóficas, ya que la literatura parece aportar algo que ayuda al esclarecimiento de las mismas. Aquella diferencia de la que tratábamos al principio, la diferencia entre la ontología como algo general y la biografía como algo particular; la diferencia entre el ser humano y el hombre con nombres y apellidos, aunque sean ficticios; la diferencia, en fin, entre la filosofía y la literatura, ayuda, en consecuencia, a resolver algunos de los problemas filosóficos más acuciantes y fundamentales. La literatura no serviría únicamente a la sensibilización de las ideas filosóficas, como creyó Schiller, sino que, cuando es literatura buena, ayudaría considerablemente a la constitución de éstas. No hay ejemplo mejor en este caso que el de la Idea de libertad.

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