UN LIBRO ENTRE LAS MANOS
Isabel Moro
Acaba de comenzar la Feria del Libro de Gijón (FELIX), entre lluvias y tormentas, pero nada es capaz de achicar (aunque sí el agua de las casetas) el interés que suscita entre quienes amamos los libros. Le debo a mi madre, a la que siempre recordaré con un libro entre las manos, esta pasión por la tinta impresa en un ejemplar físico que, por otra parte, no creo vaya a ser superada por aquellos -casi todos- a los que con tanta facilidad podemos acceder desde Internet. Y no diré el nombre en inglés por el que se les conoce: soy española y, casi nada, asturiana hasta la médula. Me quedo con un llibru. Regreso al físico, al que puedo tocar, oler, manosear, colocar en tal o cual estantería, rebuscarlo entre muchos… Del libro, y ya van unas cuantas veces que repito en este ínfimo espacio el nombre, digo que me gusta casi tanto ( a veces más) el continente como el contenido. Dejo a un lado esos ejemplares que en algunos casos, y casas, se utilizaban como ornamentales, presumir de una biblioteca de buen aspecto y ordenada era otra historia. Esa no me va, suele ser cosa de nuevos ricos. Yo nacía con la colección Austral, la más barata entonces del mercado, aquella de tapa blanda, papel áspero y, desde luego, nada lujosa. Pero con ella me asomé a los grandes literatos y en ella leí todo lo que entonces, plena dictadura, era posible. Creo que ahí lo único interesante era el contenido, pero los años fueron pasando y poco a poco fui progresando. De Austral pasé a la colección Cátedra, de la mano de la Universidad. Finalizados estudios fui descubriendo otras facetas del libro de las que ahora disfruto enormemente: del continente. De esos ejemplares bien encuadernados, cosidos, con buen papel, tapa dura, hechos con el mimo de algunos editores que depositan en tus manos un objeto que desde que lo tienes es ya es un regalo en sí mismo. Disfruto tocándolo, oliéndolo, percatándome del empeño por hacer las cosas bien. Esos libros son un auténtico lujo y siempre esperas que el contenido esté acorde a su aspecto exterior (no siempre, pero casi ). Insisto en que no me estoy refiriendo a libros decorativos: no. Pero me desagrada mucho cuando compro un libro que no puedo abrir bien porque sus hojas han sido mal encoladas, las sangrías son un delito. Vamos, que es como vender algo barato a granel. Cuando visito una librería, que lo hago con cierta frecuencia, puedo pasar un buen rato disfrutando del cuidado que autor y editor puso en la publicación, es una delicadeza propia de quienes -autores o editores- aman el libro. Y aquí termino, porque tendría que hablar de las autoediciones a muy bajo coste, y no deseo meterme con quien acude a este método. Ya se dice: tener un hijo, plantar un árbol y editar un libro. Y posiblemente algunos escritores tardíos no tengan otro medio de hacerlo. Pues que lo disfruten, que también tienen derecho.