Hablemos, pues, de los cantos de Homero en La Odisea. A lo largo de esta obra se puede apreciar la cortesía que tenían los naturales de un lugar cuando alguna persona llegaba a su hogar. Al extranjero no se le pedían cuentas de su procedencia y ni siquiera de su nombre. Primero se buscaba que descansara, comiera y bebiera hasta quedar satisfecho. Ya una vez complacido se podía charlar con él para averiguar quién era, de dónde venía y cuáles eran las razones por las que había llegado a esa tierra.
No sólo con Homero, también con otros autores, estos recibimientos se exponen a través de fórmulas ya establecidas. En La Odisea existen muchos ejemplos del acogimiento de la época hacia los viajeros avenidos a las tierras patrias. Uno de ellos es cuando Telémaco, hijo de Odiseo, intenta acoger a Atenea quien se hace pasar por Mentes, caudillo de los zafios. Cuando Telémaco se encuentra con él, sin titubear, le dice lo siguiente: "Bienvenido, forastero, serás agasajado en mi casa. Luego que hayas probado el banquete, dirás qué precisas".
Estos modelos de recibimiento son habituales en los cerca de quince mil versos que tiene el canto de Homero. Pero ¿por qué eran tan hospitalarios? Si buscamos la explicación en la literatura, la esencia de su cobijo, se debe a tres razones principales. La primera es que muchos son los aventureros que solían recibir las atenciones como huéspedes y que al volver a su casa sentían un compromiso (de honor) el devolver el buen recibimiento que obtuvieron de otros a lo largo de su viaje. Un ejemplo es cuando Néstor increpa a Eteoneo, porque éste último duda si es menester dar un buen acogimiento al forastero (Telémaco) que acaba de llegar a su tierra, Macedonia: "Antes no eras tan simple, Eteoneo, hijo de Boeto, mas ahora dices sandeces como un niño. También nosotros llegamos aquí los dos, después de comer por mor de la hospitalidad de otros hombres". Otra de las razones es que era un gran honor recibir a extranjeros; una obra que sería considerada por los dioses: "Todos los huéspedes y mendigos proceden de Zeus, y para ellos una dádiva pequeña es querida". Y por último, porque dentro de la mitología griega, los dioses suelen disfrazarse al bajar del Olimpo en hombres, guerreros, mendigos o niños. Una persona no sabía cuando acogía a un hombre común o a un dios. Era su responsabilidad no ofender ni a uno ni a otro. Pero no sería extraño que se cuidaran especialmente de no tratar mal a una deidad.
En la actualidad las cosas son muy diferentes. El principal forastero es el turista o el inmigrante. En el caso del primero, éste paga para ser bien recibido; en correspondencia al dinero que quiera gastar, será la calidad de su acogimiento. El caso del inmigrante es más complicado. Hay excepciones, pero en general no se ve en la inmigración un signo positivo de progreso, sino un fenómeno del que hay que escapar. Sin embargo, todavía existen lugares donde el buen hábito del recibimiento continúa. No sé por qué muchos de estos sitios suelen caracterizarse por su humildad y escasez. En las llamadas sociedades de bienestar las cosas van cambiando. Quizá se ha perdido el honor de los antiguos griegos. Por lo menos, gracias a Homero, quedaron inmortalizadas las buenas costumbres. Espero que conforme evolucione éticamente la humanidad se pueda ver otra vez, en
el forastero, al honorable aventurero que nos viene a enseñar cosas que desconocemos o a recordarnos otras que sabíamos, pero ya no teníamos presentes. Con suerte podamos acogerlos y volver a ser bien acogidos.