Underground: Cacique cultural. Por Manolo D. Abad. 14/05/2009

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Hay tentaciones que más vale no probar. Una de ellas, la más acusada en el mundo de la cultura, consiste en pontificar con tu credo como un pequeño dios: Este vale, este no. En Alta Fidelidad de Nick Hornby se ironiza –algunos no lo llegaron a entender— con la enfermiza obsesión por las listas, por el número 1, por tus cuarenta principales, por unos favoritos y unos renegados, por situarse en la posición de rey absoluto que impone sus dádivas a unos súbditos que, en algún caso, creen que aquello podrá servirles para algo. Tiene algo de neurosis, de un problema sobre el que algún psiquiatra podría iluminarnos, eso de asomarse a una particular torre de marfil y empezar a repartir, a modo de prebendas o de PER cultural, dádivas: "Este sí, este no". Propia de aquel cuyo complejo de superioridad le impide regresar a la tierra firme, es esta neurosis de creerse el archipámpano de Sevilla y exponer al mundo (a su pequeño mundo) su lista de favoritos. Al margen de la neurosis, también anida en estos individuos con complejo de caciques culturales, de hombres cultos cuya alta alcurnia exige otorgar con su cetro el honor de su elección, la de crearse un grupo de presión para cuando vengan mal dadas, quizás ante la inminencia de que vayan a venir muy pronto mal dadas. Crean así una cohorte de fieles que envanecen aún más el ego de nuestro cacique protagonista y tratan de establecer una intrincada red de intereses donde sólo existirán él -pueden ponerlo con mayúscula- y sus adláteres. Y donde podrán mantener intacta su posición de privilegio.

Ya está, ya está construido un grupo de poder o de presión cultural donde la figura emergente del cacique dictará sentencia a sus súbditos (y a los pobres mortales, el público que ha de comprar las obras) y éstos obedecerán fielmente a su credo, a sus listas de favoritos, perpetuando su influencia durante décadas.

Lo que desconoce este cacique cultural es que la libertad de elección se sitúa muy por encima de todo su entramado de intereses. Que, afortunadamente, no todos los seres humanos –el pobrecito público, ese gran denostado por esos sumos sacerdotes de un concepto de cultura— somos iguales. Ni lo son nuestros gustos. Pobrecito cacique y su caterva de fieles, no han leído El Traje Nuevo del Emperador, de Hans-Christian Andersen y se pasean desnudos, exhibiendo sus muchas vergüenzas, por los barrios culturales, con gesto engolado, sin saber que sólo causan risas y burla a su alrededor.

 

 

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