Comienza otro período electoral y el hastío nos invade casi antes de que arranque. Lo que un día fue motivo para alegrarse –se dejaban atrás cuarenta años sin democracia— es hoy un tiempo donde si no queremos caer en la abstención debemos cerrar los ojos y los oídos para no sumergirnos en tanta despiadada locura de insultos, manipulaciones y engaños con las que los partidos políticos (principalmente los dos a los que les gustaría que en España sólo hubiese bipartidismo) se empeñan en gastar toneladas de millones de euros que estarían muy bien empleados en resolver problemas más importantes que urgen a toda la ciudadanía.
Particularmente deleznable es la última tendencia a la que dedican su afán esos asesores bien instalados en las estructuras de estos partidos y generosamente remunerados, de crear constantes cortinas de humo con las que manchar la campaña y generar dudas tanto en los votantes fieles como en esos indecisos, demostrada llave en las victorias de unos u otros. Se impone, por tanto, volver a contemplar la magnífica La Cortina de Humo (Wag the Dog,1997), dirigida por Barry Levinson y protagonizada por Dustin Hoffman, Robert de Niro y Anne Heche. Una película que debería proyectarse en todas las clases de historia con alumnos mayores de doce años. Más que nada para que fueran informándose de cómo funciona el mundo y estuvieran preparados para esta tormenta donde hay un sastre que no es sastre (es un comercial corrupto) que habla de una estafa cuando él mismo está bajo sospecha por facturas falsas; donde se pide la dimisión de una ministra de Defensa que, a su vez, encuentra su particular cabeza de turco en uno de sus subordinados; donde un presidente autonómico bajo sospecha va de baño de multitudes en baño de multitudes; donde… ¿qué nueva cortina saldrá a la palestra de los medios afines mañana?
¿Cómo? ¿No la han visto? No les voy a contar el argumento. Es necesario, casi diría que imprescindible, que la vean –cuantas veces sea necesario— ustedes, sin intermediarios ni manipulaciones. Y juzguen, piensen y elijan por sí mismos. Que, a fin de cuentas, es lo que pretenden que cada uno de nosotros no haga. Que elija libremente y de acuerdo a su conciencia y valores.