Uno de los refugios más deleznables de este periodismo funcionarial que nos asola y que, cada vez más, nos vemos obligados a soportar es el del tópico. A la primera señal de problemas en la redacción, siempre encontraremos una serie de frases hechas a las que recurrir para salvar las situaciones. En un mundo periodístico cada vez más necesitado de una especialización por parcelas, cada vez más compartimentado en áreas tal y como ocurre en la propia sociedad, el tópico campa a sus anchas entre aquellos que se creen todoterrenos con la suficiente prestancia como para hablar con propiedad de todo y de todos. Es como si, de repente, en una etapa alpina del Tour de Francia un director deportivo de un equipo decidiese hacer una selección de hombres fuertes con un sprinter. Imagínense a los ciclistas que habitualmente menos capacidad tienen para escalar tratando de imponer una marcheta a los líderes cuando son ellos los primeros que pierden contacto con el pelotón en el momento en que comienzan las primeras hostilidades en la montaña…
Del mismo modo, un periodista especializado en cultura no podrá desenvolverse con la misma facilidad en la sección de economía o en la de internacional. Surge así el texto topicazo procedente de aquel a quien le ha tocado en suerte hablar de materias que, o bien desconoce o bien no maneja con la suficiente soltura como tratarlas con la suficiente entidad. Surgen así textos ridículos que no son conscientes de sus meteduras de pata en este carrusel del "todo vale", del "yo puedo con todo", que parece la impronta que otorga la propia facultad de Periodismo. Los perros viejos de la redacción suelen contar anécdotas desternillantes de los becarios que vienen hinchados con las ínfulas de la soberbia que les entrega una facultad que apenas ofrece soluciones prácticas y sí un paquete de teorías de usar y tirar. Tópicos aquí y acullá, con los que eludir las situaciones más comprometidas. Aunque ni se eludan ni, mucho menos, se solucionen. Casi, casi, como en política.