Underground. Exterior día, interior noche. Por Manolo D. Abad. 07/04/2009

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Underground.

Exterior día, interior noche.

Con las creencias siempre nos movemos en un terreno resbaladizo. Hay quien las viste como un traje que enseñar a los demás, como una especie de distinción que raras veces se proyecta al interior: Son lo que ellos quieren que los demás vean en ellos. Fariseos que invaden el templo para señalar con el dedo al disidente. Da igual que sea una religión o un régimen político. Los del dedo -¡qué gran imagen la de "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" mostrando con su dedo al humano superviviente y con ese maléfico sonido extraexterrestre, como un silbido que es una sentencia de muerte!- siempre se amparan en la masa y, a través de ella, escondidos en su seno, se permiten el lujo de juzgar a los demás sin que la daga acusadora les señale. En la Semana Santa siempre se me aparece esa extraña mezcla de fervor y de hipocresía. Hay quien siente todo eso como algo propio, con una fe que envidian los descreídos; por otro lado, nos encontramos con aquellos que se dejan arrastrar, que disfrutan confundiéndose en esa masa que empuja las imágenes, que se emborrachan de creencias en la época del año donde mandan el capirote y la procesión masiva, mientras el resto del año ignoran todo lo relativo a esa fe de la que alardean en el momento en que hay que enseñarla en el escaparate social.

Y luego están aquellos que lo llevan dentro, aquellos que ayudan todo el año en los comedores sociales, aquellos que no alardean de sus actos, de sus buenas acciones, aquellos que realmente sienten lo que hacen como un acto personal, íntimo. Quien reza a alta voz en el templo y el que lo hace para sí en la soledad de su habitación. Quien prefiere proyectar su mundo a los demás, alardear -¿no es esto soberbia, uno de los siete pecados capitales de la religión católica?- o sentir su mundo lleno al llegar a la soledad de su persona, ese momento frente al espejo donde cualquier engaño resulta fatuo, donde mentirse sólo es un acto que realizan aquellos demasiado acostumbrados a vivir en una mentira permanente.

 

 

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