Seguro que cuando leyeron la noticia se quedaron todos ustedes consternados. Era algo que iba a transformar nuestras vidas. El rumbo de las mismas ha cambiado desde que supimos que la modelo española Eugenia Silva no había querido salir tal y como la habían retratado en la portada de la revista, huuuum, a ver que no me acuerdo… Huy, sí, "Vanity Fair". ¿Interesante, verdad? La "polémica" siguió cuando los responsables de la revista cruzaron acusaciones y amenazas (¡que te denuncio, leche!) con la top model. Lo fascinante de este caso es el número de páginas en periódicos y revistas, minutos en programas de radio y televisión y espacio en internet que ocupó. Parece claro que la distancia entre lo que pretenden endilgarnos ciertos medios de comunicación y lo que, realmente, preocupa a los ciudadanos de a pie es cada vez mayor. ¿Realmente a alguien le importa que una niña rica que, seguramente, ha cobrado en abundancia, denuncie a una revista por sacarle el culo y una teta sin su consentimiento (desconocemos si esto es así o no, claro)? Esto podría haberle interesado a alguien en 1975, cuando la censura aún hacía peligrar este tipo de asuntos, pero, ¿ahora?
El resultado final de la polémica seguro que no lo conocen. Porque no interesa a nadie. Importa la burbuja, el revuelo, del que sacan beneficio ambas partes. El resultado final es que la cifra de parados sigue aumentando, que hay familias desesperadas que sí -¡ellas, sí!- se exponen a una intemperie mayor que la de exponer en una valla publicitaria un culo o una teta: la de irse a la calle, quedarse sin nada, hacer cola en un comedor social. Y, esto sí que es realmente indignante, no que a Eugenia no-se-qué le saquen un culo y una teta, lo que habrá reventado de visitas su página web, sin duda. Ante tamaña hipocresía sólo me queda el asco que me produce tanto envoltorio de belleza pijo que lo único que esconde es podredumbre y egoísmo.