La noticia de la llegada a la programación del Teatro de la Laboral en Gijón de José Luis Moreno y su troupe es una de las —significativas— malas noticias que han llegado a Asturias en los últimos tiempos. No es que la gestión anterior fuera para tirar cohetes, más bien al contrario, pero entregarse a uno de esos tiburones de la cultura que desprecian la calidad en pos de un populismo taquillero es como entregar tu alma al diablo.
Cuesta creer, tras tantas críticas a Gabino, que se reincida en los mismos errores que han conducido a la ciudad de Oviedo a un abismo de operetas, zarzuelas de regional preferente, revista setentera cutre, vendidas cual lujo asiático como una capitalidad cultural usada como arma política arrojadiza frente al rival, a falta de mayores argumentos.
Sabemos que la cultura es minoritaria, pero, ¿no son los responsables políticos los encargados de dotar al pueblo de esa calidad? Luego se quejarán de las carreras de coches nocturnas, del botellón, de las peleas, del analfabetismo funcional —leen y escriben, pero…— y de tanto y tantos. El sentido de la responsabilidad que guió a dirigentes —me da igual la izquierda, la derecha, el centro, las patrañas para bobos y ultras de los partidos— en los ochenta se ha perdido en dos vías: la recaudadora y la de la obtención de votos. No es de extrañar este guiño a la infracultura joseluismoreniana (a mí me gustaban su Rockefeller, Monchi, etc, dicho sea de paso) de un proyecto asturiano a la deriva. Una involución donde todos son lo mismo, como en la pesadilla que urdió John Carpenter en Estan vivos. Habrá que ponerse las gafas de sol…