Si existe un tiempo en el cual las serpientes, los gusanos y toda clase de pícaros hacen su agosto es en la crisis. Aunque ahora comprueben cómo muchos medraron en los días prósperos, estén atentos a esa salida de la crisis que va anunciándose como una especie de juego de la zanahoria con el burro. Ya saben, le ponen a un pobre y noble burrito una zanahoria y seguirá arrastrándose detrás de ella hasta que reviente. Con la crisis, ya saben, primero no existía, luego se percibirían brotes verdes en el pasado marzo; luego, va que en junio, sí que sí; posteriormente, que en octubre, seguro, seguro; y, ahora que ya estamos, parece ser que toca en… no sé, no me importa, aunque -según el FMI (ese al que se hace caso cuando mola y se le reprende cuando no)- la crisis seguirá en España hasta 2012, por lo menos.
Bueno, centrémonos. En medio de esta cruda crisis es cuando más salen a flote los pícaros, los oportunistas, los jetas. A un amigo mío han aprovechado para liquidarle a cuenta de la crisis. Tras casi nueve años escribiendo una columna diaria de un nivel sobresaliente (más de tres mil en todo este tiempo), un cambio de director en su periódico ha servido para echarle. Para añadirle más desfachatez aún, van y le ofrecen seguir… ¡gratis! Tiene gracia esto del gratis porque nunca afecta a los eliminadores, a los encargados de gestionar la miseria, a esos que, atechados en sus despachos, toman siempre la misma decisión: ¡fuera! Y el caso es que los pobrecitos colaboradores son los que dan color con sus artículos y sus opiniones a los periódicos, que, sin ellos, no dejan de ser una máquina de publicar noticias con más o menos gracia. Como los teletipos de antaño, que cuando llegabas a las redacciones marcaban con su ritmo una sintonía sonora del periodismo ya desaparecida. Para esos periodistas-funcionarios, siempre bien cercanos al poder, aquellos que dan color y sentido con sus opiniones a un periódico son sus enemigos, envidiados por su dominio del lenguaje, odiados por destinar su tiempo a esos artículos y dedicarse también a la ficción, abominados por haber conseguido seguidores que esperan -día tras día- nuevos juicios, descubrimientos culturales, conocimientos de otras disciplinas. Aborrecidos porque ellos, esos periodistas-funcionarios, han preferido dedicarse a subir en el escalafón, a negar su posible talento, a entumecer sus neuronas y, por supuesto, a esperar su oportunidad para quitarles de en medio. Tal y como ha pasado con mi talentoso amigo.