Neverland se postula como lugar de peregrinación de numerosos fans que acudirán al nuevo culto. En una sociedad descreída, cínica y amoral como la del siglo XXI resulta cuanto menos chocante que se produzcan estas delirantes manifestaciones de nueva fe. Quizás hasta (San) Michael Jackson pueda curar enfermedades o transformar el color de la piel de sus fieles como había sido el principal deseo consigo mismo aun a costa de destrozarse absurdamente como cobaya de las corporaciones dermoestéticas de turno. Al hilo de estas peregrinaciones absurdas, el diario "El Mundo" tuvo la preclara idea de trasladarse al santuario de Lady Di para comprobar el descenso constante y progresivo en el número de visitas. El tiempo, ese inexorable juez que marca los destinos de la historia y de nuestra existencia, demuestra cómo la estupidez mediática nos invade con su irresistible presente, con su voraz hambre de nuevas noticias, de nuevos pedazos de supuestas grandes vidas que son tan miserables como cualquier otra. Los ídolos de barro ascendidos a las alturas vuelven a caer de las torres de Babel de los medios y las palabras se las lleva el viento, aunque siempre nos quede la hemeroteca para avergonzar a los oportunistas, especimen de periodista en crecimiento proporcional al fatuo sensacionalismo de hoy en día.
La máquina pide más y más, mientras continuamos circulando a la deriva, una deriva que desconoce asideros que nos salven, que nos curen del dolor de las tribulaciones de nuestra existencia, que den respuesta a las preguntas de siempre. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Preguntas hoy apagadas por el ruido insoportable de las noticias de primera plana que consiguen evitar ese enfrentamiento cara a cara con nosotros mismos, sin intermediarios ni interrupciones.