Enfilamos ya la recta final de la campaña electoral y hoy toca repasar una de las mayores enfermedades que continúa asolando a la clase política y a los pobrecitos subordinados que les tenemos que aguantar en sus delirios de discursos, mítines y celebraciones vacuas y absurdas con que nos envuelven en las fechas previas a cada convocatoria en las urnas. Se trata del que bien podríamos denominar como "El Síndrome del Perro Piloto". ¿En qué consiste este síndrome? Muy fácil, lanzados en su huida hacia ninguna parte, exultantes en su delirio, los políticos lanzan sus presuntas ofertas como si nos encontráramos asistiendo a una de esas tómbolas que abundan en las fiestas populares (no del partido ídem; del pueblo llano, me refiero). Subidos a una montaña rusa de creatividad falsa y mendaz, los políticos ofrecen cheques-bebé, ayudas para la compra de vaya usted a saber o la más delirante (¿genial?) de las promesas que a cualquier iluminado se le pueda ocurrir. No se preocupen, transcurridos varios meses después de las elecciones, la idea se enterrará en la confianza de que la batalla dialéctica del día a día o cualquier acontecimiento de la actualidad será más fuerte y ocupará más espacio en los medios de comunicación. Sólo los incautos que hayan creído en esas promesas vivirán en sus propias carnes la irresponsabilidad de unos dirigentes a los que sólo les preocupa mantener su status, agenciado por un buen número de votos de esos indecisos que siempre vuelcan las encuestas hacia uno de los dos grandes partidos (esos a quienes les gustaría que mandase el bipartidismo y éste fuera lo más acusado posible), convencidos a última hora de la necesidad de esa falacia que es el voto útil. Sabedores de esa circunstancia, amparados en unas encuestas que obvian a los demás partidos y seguros de que esta táctica lleva dándoles resultado desde hace mucho tiempo, recurren a ese "o yo o el caos", "hágame caso, que le toca el perro piloto", "vote útil, la derecha o la izquierda somos nosotros" y otros slóganes con los que pretenden convencernos de que la escopeta con la que tratamos de ganar el perro piloto no está trucada.