Seguro que los habrán visto deambular por las calles, incluso puede que ustedes sean algunos de ellos. Sí, hablo de esa gente que camina por las calles, ensimismada, bajo los efectos de un ruido que penetra en los oídos por unos auriculares mínimos. Hagan la prueba: Intenten escuchar por semejantes aparatos música mientras pasean por una calle transitada y se darán cuenta de la estupidez que representa semejante actividad. Automóviles que rugen, perros que ladran, una obra municipal no terminada, ese extraño murmullo de fondo que envuelve a las grandes ciudades… Muchos son los obstáculos que surgen en medio de la deficiente audición. Entonces, ¿por qué afanarse en envolver el mundo exterior con una sintonía de deficiente calidad sonora? Más bien parece uno de esos subterfugios que inventamos los humanos para no vérnoslas a solas con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Le he dado muchas vueltas y no hallo otra explicación convincente. Es más fácil sumergirse en nuevos ruidos que nos anestesien en nuestro transitar por las calles y nos eviten mirar alrededor, contemplar a esa mujer que, a duras penas avanza con dos bastones, a la madre que soporta la actividad incesante de sus niños, a esos hombres con la mirada caída por tanta derrota, al vendedor de cupones que ha de buscarse la vida haciendo la ronda, a tantos y tantos. ¿Cómo si no explicar que cada nuevo artefacto para -me niego al empleo del verbo escuchar– oír música tenga cada vez menos calidad sonora? Sí, son más pequeñitos, de bolsillo, pueden almacenar (la palabreja también se las trae, como una especie de silo donde se arrojan todo tipo de melodías de usar y tirar) cada vez más música y… ¡cada vez suenan peor! Nos vendieron la revolución del compact-disc (cd) como lo más de lo más, en una nueva falacia de la industria para cargarse el vinilo, que ya sobraba y ocupaba demasiado espacio. No se podía "almacenar", vamos. De ahí a todo tipo de artilugios y todos ellos en una progresión aritmética de menor tamaño-peor calidad. Es curioso que cuando más accesibles son las grabaciones en los estudios dedicados a tal menester, peor sea el interés en la calidad del resultado final. Lo único e importante es el soniquete que nos persigue como una destructiva plaga, otro síntoma de estos tiempos retorcidos que nos ha tocado vivir.