Es otro de los síntomas del Nuevo Milenio, aunque ya se venía gestando desde hace décadas: Las personas se creen capaces de realizar cualquier tipo de actividad, por variopinta que sea, con la habilidad de un maestro. Cuando esto llega al mundo de la literatura o del periodismo, la cota alcanza niveles de delirio total: Surgen, así, auténticos especialistas. Críticos magníficos y plenamente versados de literatura, cine o música; expertos en crónica negra, moda o deporte; autores que mencionan a otros autores con una ligereza digna del osado, autores que no han leído más que el resumen de la contraportada de los libros que coronan su biblioteca. Críticos que jamás han escrito una crítica. Expertos que deslizan errores cada vez que uno rasga más allá de la superficie.
No deja de resultar curioso cómo cuándo más fácil resulta acceder a los conocimientos, aparecen expertos y críticos por doquier que ignoran, ignoran con supina mendacidad, cometen errores porque les importa un pepino contrastar, porque -sencillamente- no han aprendido a hacerlo. Y así, conducidos por un coche sin frenos nos dirigimos a un abismo donde todo está permitido, donde todo el mundo cree saber. El mando termina en punta y no se comparte, de ahí que uno ha de comerse tantos errores, tanta supuesta sapiencia que no es sino una ignorancia travestida por la osadía de aquel a quien le importa un pimiento la materia tratada y el público al que se dirige. ¿Ejemplos? No voy a dar nombres, pero ahí van un par. Recuerdo a un jefe de cultura de un periódico que deslizó en un artículo, presuntamente sesudo, pseudocrítica musical de bajos vuelos, que Nick Cave era ¡estadounidense! No hace falta buscar mucho para saber que Cave es australiano. Datos, datos, pero lo peor llega en el momento de las opiniones. Aquí tuvimos uno de esos ejemplos tan preclaros que resultará difícil olvidarse: Tras el desastroso concierto que en la edición del Festival de Cine de Gijón 07 perpetraron Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, la jefa de cultura de un diario se marcó una ¿crítica? que más parecía una declaración de amor al rubio y torturado cantautor de una quinceañera en celo. Más: Le publican a un chavalete, de cuyo nombre no puedo acordarme, una ¡tesis! sobre la movida madrileña donde el autor comentaba, con toda ligereza, que Joaquín Sabina formaba parte de ella. Para cualquiera con una mínima bibliografía básica (el Música Moderna, de Fernando Márquez, y el excepcional Sólo se vive una vez. Esplendor y ruina de la movida madrileña, de J. L. Gallero, esta barbaridad habría resultado imposible. Porque si existió alguien anti-movida madrileña ese fue Joaquín Sabina, junto a otros como El Gran Wyoming, por ejemplo.
Se confunde crítica con comentario o con crónica periodística. Para estos adictos al todo vale, la frivolidad sólo les permite ir de presuntos graciosos, que eluden la contienda intelectual y de opinión recurriendo al chascarrillo, con esa pseudosimpatía tan ¿"cercana al público"?
Y así estamos: Con la necesidad de opiniones, estemos o no de acuerdo, versadas y en manos de ignorantes que amplían su campo de acción, convencidos de que eso está chupao. Y, amigos, ni mucho menos eso está chupao. Aunque ellos lo crean y pretendan hacerlo creer.