A partir de Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980), aquel mediocre filme americano de terror, origen de una avalancha de secuelas e imitaciones, donde varios adolescentes de un campo de verano eran asesinados en cadena, la fecha del título se halla ligada en nuestro imaginario colectivo a horripilantes sucesos perpetrados por mentes trastornadas. Una relación igual de estrecha, aunque menos añeja, que la mantenida por el cine y la locura a lo largo del tiempo.
Emparentado con el voyeurismo tan característico de la curiosa inteligencia humana, el cine supone, sin duda, el medio más apto para representar las disfunciones psicopatológicas con realismo satisfactorio. La idoneidad expresiva de sus distintos recursos técnicos, sumada a nuestra morbosa atracción hacia todo fenómeno ajeno a la normalidad cotididana, explica que la insania mental sea una presencia recurrente desde los mismos orígenes del cinematógrafo. Basta con retrotraernos a los tiempos silentes de la anónima Dr. Dippy’s Sanitarium (1906), producción cómica de la Biograph considerada como la primera película de tema psiquiátrico de la historia, para comprobar que la locura ha sido una rica cantera de argumentos, temas, motivos y personajes fascinantes a los ojos del espectador.
Por desgracia, la enorme capacidad del cine a la hora de expresar los trastornos mentales no siempre corre pareja al rigor y la responsabilidad con que se aborda el asunto. Algo preocupante cuando precisamente ese tipo de películas son la única vía informativa para quienes nunca han tenido contacto directo con la demencia. Las ficciones cinematográficas y los medios de comunicación, en general, conducen a menudo a la confusión de conceptos, estableciendo correspondencias erróneas que dan lugar a clichés no sólo falsos, sino también dañinos. El mayor de ellos consiste en asociar el trastorno psicótico a la violencia y el crimen. Hasta obras de la brillantez de Spider (David Cronenberg, 2002) incurren en tal mito.
Jamás confundamos a un psicótico (un enfermo cuyo discernimiento está deteriorado) con un psicópata, alguien perfectamente consciente de sus opciones y actos. Pensar que todos los enfermos mentales son violentos (la inmensa mayoría de ellos no lo son) es una idea tan equivocada como creer que la genialidad creativa está vinculada de alguna manera a la locura. Ya debe ser bastante duro padecer directamente, o a través de un ser querido, una enfermedad mental, como para contribuir a dar pábulo a determinadas falacias, muy difíciles de desarticular luego. Las psicopatologías son enfermedades, no estigmas.