Íntimos y personales por josé Havel

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Intimos y personales

JOSÉ HAVEL
Pese a pasarse media vida preguntándose si es el cine más importante que la vida, François Truffaut nunca dudó de que los libros le gustaban tanto como las películas: le resultaba imposible elegir entre unos y otros.

En ‘Fahrenheit 451’ (1966), aquella contribución suya a la ciencia-ficción con bomberos quemadores de libros en una civilización donde éstos están prohibidos, trascendió la parábola contra el analfabetismo de las sociedades represoras ya presente en la novela de Ray Bradbury. El cineasta francés supo retratar al libro como un objeto íntimo, personal, más allá de su condición de instrumento cultural de conocimiento.

Tal es así que, en una entrada de su diario de rodaje, Truffaut dice haberse dado cuenta de que, durante las redadas de los bomberos incendiarios, era imposible dejar caer los libros fuera de cuadro en la película. Descubrió que debía acompañar su caída hasta el suelo, pues en el filme los libros habían adquirido auténtico rango de personajes, y cortar su trayecto equivalía a dejar fuera del encuadre la cabeza de un actor. Se diría que, de puro íntimos y personales, los libros llegan a cobrar vida propia. Por eso quizá me siga conmoviendo tanto la autoinmolación de la anciana que prefiere morir entre las llamas antes que abandonar a sus libros, a los cuales acaricia mientras agoniza abrasada.

Y ya que hablamos de incendios cinematográficos con libros de por medio, el de ‘El nombre de la rosa’ (Jean-Jacques Annaud, 1986) me pone malo cada vez que lo veo. Me cuesta no angustiarme cuando, finalmente, los oscurantistas de turno hacen arder «una de las mayores bibliotecas de toda la cristiandad», ésa que fray Guillermo de Baskerville (Sean Connery) había descubierto en la laberíntica torre de la abadía benedictina donde, a finales del siglo XIV investiga una cadena de misteriosos asesinatos. Allí le habíamos visto contemplar extasiado una de las grandes joyas del patrimonio histórico-bibliográfico hispánico: ‘Los comentarios del Apocalipsis de san Juan’ del Beato de Liébana, monje español del siglo VIII muy apreciado en Cantabria y Asturias.

Pocas cosas me hacen tan feliz como el cine y los libros. Gracias a ellos jamás he sabido qué es el aburrimiento. Igual que Truffaut, soy incapaz de elegir entre ambos. Sin embargo, no sé si influido por la inminencia del Día del Libro que el próximo lunes celebramos, en caso de que en mi casa se declarase un incendio creo que, antes que a mis películas, salvaría primero a mis libros, con los que uno establece un contacto más directo, íntimo y personal.

Publicado en El Comercio. 20 de abril de 2007

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