LAS RAZONES DEL FOTÓGRAFO
Ignacio del Valle
Acabo de regresar de Barcelona: Sant Jordi es impresionante, sin paliativos. Hasta el punto de que un nativo me comentó que la diada real de Cataluña es ya el 23 de abril, como quedó rubricado popularmente un año más. Y en este artículo podría hablarles del luminoso barullo, de los cinco millones de rosas vendidas, de un calor sobre el que pontificaría de inmediato Al Gore, de los escritores mediáticos y de los escritores de verdad, de los guiris que no se creían que era un día laborable, de las cervecitas con las Ray-Ban puestas, de un júbilo semejante al que produciría una nueva victoria europea del Barsa… Pero hoy prefiero darle la vuelta a la postal y recordar una posible cara B de la ciudad. Es un hecho que leí en un reportaje y que siempre recuerdo cuando aterrizo en Barcelona, un homenaje que la vida le hizo a la literatura. Cómo empezar. Quizás como en los títulos de las películas, enumerando a los protagonistas: 2001. Marzo. Doce del mediodía. Los Encantes. Barcelona. Más de seiscientas diapositivas en un mercadillo. La misma mujer retratada en todas ellas. Un publicista holandés que las encuentra curiosas y las compra. De regalo, una película de ocho milímetros en la que también aparece la desconocida. Una idea: montar una exposición con una recopilación de esas imágenes. Un objetivo: conocer a la mujer y devolverle todo el material. Hasta aquí lo visible, lo anecdótico, incluso lo romántico. A partir de aquí las conjugaciones de estados de ánimo, las confulgentes magias emocionales, el misterio. Y una palabra: tesón. Firme, enfáticamente, el fotógrafo ha retratado a su mujer año tras año (etiquetando minuciosamente cada foto con la fecha y el lugar donde ha sido sacada). Por no saber, no sabemos ni su nombre, sólo que a ella le gustaba posar y a su marido fotografiarla. Por ello, es un documento anónimo, que invita a imaginar la vida de la gente, de los desconocidos con los que nos cruzamos cada día; aunque, de los dos, yo me imagino mejor al hombre, locamente enamorado, adorando más que retratando: Tamarín, junio de 1956, ella en la playa, morena, algo entrada en carnes, sobre una toalla; Lloret de mar, agosto de 1956, con camisa blanca, apoyada contra un coche; Badalona, junio de 1957, de perfil entre un maizal, con una rosa en la boca. Me lo imagino un poco calvo, esmirriadito; un funcionario color gris perla, muy apañado, de ésos que no se sabe nunca si han sido jóvenes, que a falta de aliento artístico va perfeccionando su técnica a base de oficio, de voluntad: Lafranch, julio de 1958, con sombrero de paja y unas gafas de sol, en una cala; Camp de mar, julio de 1959, firme como una estatua frente al mar; Formentor, julio de 1959, con falda floreada, sentada sobre una roca. Estableciendo ritmos, concentrándose en las diversas partes del rostro, trabajando sobre ella, transformándola, ponte así, así vida, un poco más de lado, mientras ve pasar, desesperado, la vida a través de su objetivo, y con la vida el tiempo que va deshaciendo el objeto amado, ahora siéntate allí, amor, sonríe, así, perfecto. Imagino el formidable pulso mantenido a lo largo de lustros contra la licuefacción de la edad, haciendo, rehaciendo, apretando obsesiva, concentradamente el disparador; olvidando conscientemente que el tiempo termina siempre por condenar al fracaso cualquier acción: Andorra, marzo de 1960, con un anorak blanco, acostada sobre la nieve; Barcelona, marzo de 1960, de pie frente al edificio de Seguros La Catalana; Monserrat, septiembre de 1967, con camisa amarilla y una cordillera de fondo. Mirando, constantemente mirando, sin pensar, sin preguntar, únicamente sintiendo, exactamente igual que medio siglo antes lo hiciera un Cezánne, un Pisarro, aunque él no tenga ni idea de quiénes son, ni falta que hace, ahora de lado, mi vida, justo, justo así, estás preciosa; un poco héroe, un poco santo, cambiando el carrete con rapidez cuando se le acaba, no vaya a ser que el tiempo se le adelante; yendo siempre un poco más allá, y un poco más, para lograr atrapar el misterio, para lograr su fijeza, como si ella pudiera morir menos de esa muerte que son las cosas arrastradas por el tiempo, levanta un poco la barbilla, cielo, un pelín más, porque el mundo con ella es un sueño y, sin ella, es sólo el mundo, mira hacia aquí, amor, sonríe, sonríe, así, así, no te muevas, quieta, quieta, muy quieta…
Publicado en el Comercio 27/04/07