RUIDO DE FONDO

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RUIDO DE FONDO

Ignacio del Valle

Ruido y nada más que ruido. Es la sensación que tengo últimamente cuando escucho la radio, veo la televisión, leo los periódicos, navego por Internet… Ruido, y en especial, uno concreto: ruido político. Una bilis sonora que parte de políticos que parecen haber regresado a la edad del pavo y que, en un alarde de hormonas otoñales, se dedican no a hacer política, sino a escenificarla. Durante la representación exigen que les dejen participar en un remedo de Cambio Radical para hacer la cirugía estética al país y que no lo reconozca (esta vez sí) ni la madre que lo parió. El método de presión sigue siendo tan antiguo como andar de pie, la misma estetización de la política, la misma plaza, sala o arena repleta de altavoces, pancartas, eslóganes. Multitudes enfervorizadas, bramantes, aplaudidoras. Un arsenal retórico siempre preparado a la espera del momento mágico y fugaz de la conexión con los informativos. Las consignas, tan monótonas e irracionales como los decimales de Pi, agitándose en una cadencia narcotizante hasta vaciarlas de contenido y llenarlas de emociones, esa alquimia de la repetición que siempre espera que el plomo se convierta en oro, y en este caso, la mentira en verdad. Cadáveres guerracivilistas que amenazan con balcanizar España, enseñas anticonstitucionales, conspiraciones terroristas, boicoteos a la libertad de expresión, convocatorias de referéndums populistas, que la abuela fuma y que el cielo terminará por caérsenos encima, como decían los galos de Astérix. Todo, absolutamente todo, con un solo objetivo: que nunca deje de haber ruido. Porque si permiten un solo segundo de silencio, alguien podría pensar y llegar a la conclusión de que no habrá ningún invierno nuclear si algunos de ellos siguen sin vestir la púrpura; que la abolición de matices, el trazo grueso, no facilita demasiado la tarea de juzgar personas y circunstancias; que no hay dos Españas, una fuerte e intransigente y otra débil y afeminada, sino una sola que tiene que comprar el pan cada mañana y pagar la hipoteca y quedar con los amigos a tomar copas el fin de semana; que de tanto hacer los gestos, quizás algunos se hallan olvidado de para qué sirven. Ya digo, ruido. Ruido y cacharros vacíos, que son los que más ruido hacen. Bien pensado, a lo mejor habría que hacer lo mismo que el zoológico tailandés de Chiang Mai, que pone pelis porno a sus osos panda para que se animen un poco y se pongan retozones, ya que al parecer practican la abstinencia sexual. Y en el caso de algunos políticos, pasarles pelis que les enseñen a dotar de nuevo de significado esos gestos anorgásmicos, tal vez Nixon, puede que Julio César, y se dejen de practicar la abstinencia mental.

Publicado en El Comercio, 31/03/07

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